A estas alturas de la película no se trata de ser el más duro. O puede que sí. No lo sé. En esto de la música siempre te acaba te saliendo un último duro de la siguiente esquina. Luego está nuestra capacidad de dolor. El conocimiento de nuestra cueva y de los personajes que habitan en ella. Los diversos monstruos que nos ocupan. Y el gusto por la electricidad, por ese latigazo que recorre nuestra espina cuando metemos los dedos en el enchufe. ¿O es que no recuerdan cómo se les erizaba el pelo? Eso era lo mejor, y el pestazo a quemado de nuestra propia carne, y esos tres segundos que te quedas en blanco que es cuando traspasas el umbral. Lo peor, cuando te ataban a la camilla. Lo mejor, el aliento de la enfermera si mascaba fresa o vainilla. Los pellizcos cuando aplicaban mal los electrodos. O el jueguecito de le doy o no le doy a los voltios, bajo la palanca y te frío, o espero unos segundos y, cuando no te enteres, suelto la corriente. Cuando te quitan de ahí y te llevan fuera, el zumbido que te queda es persistente. Dura. Depende del día, unos minutos, o unas horas.
miércoles, 8 de junio de 2011
sábado, 28 de mayo de 2011
CHRISTIAN DEATH "Sex & Drugs & Jesus Christ" (1988)
Nota: En mi adolescencia me escondí el disco cuando me lo dejaron por no tener la seguridad de cómo les iba a afectar a mis padres el visionado de la portada.
martes, 10 de mayo de 2011
SACHER-PELZ
Maurizio Bianchi es una de las figuras clave en la escena ruidista/experimental europea de las últimas décadas. En los años 80, bajo el seudónimo de M.B., grabó algunos de los discos más importantes de la música industrial, siempre trabajando en el aislamiento más absoluto, gestando a su alrededor un áura enigmática y misteriosa, produciendo unas grabaciones intrigantes y enfermizas que crearon escuela en multitud de grupos de la escena Power Electronics. En 1984 decidió desaparecer del panorama musical, y no regresó hasta finales de los 90, cuando continuó su producción discográfica de manera febril hasta hoy en día.
Pero antes de todo esto, Maurizio Bianchi tuvo un proyecto al que llamó Sacher-Pelz, con el que grabó 4 cassettes entre 1979 y 1980, titulados “Cainus”, “Venus”, “Cease to exist” y “Velours”, todos ellos autoeditados y con una tirada limitadísima.
Sacher-Pelz propone un trabajo de mutilación, destrucción, manipulación y deformación de diversas fuentes sonoras ya existentes (música extraida de discos de vinilo), que son transformadas y re-estructuradas hasta conseguir un resultado que nada tiene que ver con su fuente original. De-construyendo los sonidos extraidos de viejos vinilos, grabando, regrabando, cortando y pegando, Bianchi crea una serie de ásperos y espectrales paisajes en blanco y negro, ambientes en negativo, loops obsesivos que se repiten sin piedad, variando su velocidad, densidad, tonalidad y textura, para así hipnotizar/desquiciar al oyente (táchese lo que proceda). El trabajo de montaje y manipulación sonora lo emparenta con los experimentos de “musique concrete” que iniciaron Pierre Schaeffer y Pierre Henry, aunque Bianchi lo pasa por el filtro primitivo, industrial y ruidista de Boyd Rice y Throbbing Gristle, consiguiendo así una “anti-música” de carácter lo-fi pero adelantada a su tiempo (finales de los 70).
El resultado: burbujas de sonido crepitante; cortocircuitos electrónicos dirigidos al sistema nervioso; estructuras sonoras fracturadas, asimétricas, saturadas; ruido atonal, opresivo y disonante; collages siniestros, abstractos y futuristas; paisajes monótonos, grises, deshumanizados, reproduciendo las imágenes de la metrópolis post-industrial, con sus cadenas de montaje, polígonos industriales, hileras interminables de edificios, el tráfico incesante de vehículos y los ciudadanos cabizbajos aplastados por el smog y la contaminación, océanos de chatarra y residuos; perros abandonados copulan y se reproducen incesantemente en callejones oscuros repletos de basura, su progenie destinada a la miseria y la muerte, destino similar al de miles de humanos.
En sus cassettes, Sacher-Pelz expresa su agradecimiento a gente como Throbbing Gristle, Monte Cazazza, el Marqués de Sade, Leopold Sacher-Masoch, Charles Manson, creando así un marco socio-cultural que expone claramente por dónde se movía Bianchi en aquellos años: experimentación, ruido, sado-masoquismo, pornografía, violencia, exploración del tabú y lo ilegal. En uno de los collages creados por Maurizio Bianchi para ilustrar sus trabajos con Sacher-Pelz se puede leer, debajo de una foto de varios dirigentes nazis reunidos alrededor de una mesa; “This is pure art for crime people”, esto es arte puro para criminales. Sobran las palabras.
Pero antes de todo esto, Maurizio Bianchi tuvo un proyecto al que llamó Sacher-Pelz, con el que grabó 4 cassettes entre 1979 y 1980, titulados “Cainus”, “Venus”, “Cease to exist” y “Velours”, todos ellos autoeditados y con una tirada limitadísima.
Sacher-Pelz propone un trabajo de mutilación, destrucción, manipulación y deformación de diversas fuentes sonoras ya existentes (música extraida de discos de vinilo), que son transformadas y re-estructuradas hasta conseguir un resultado que nada tiene que ver con su fuente original. De-construyendo los sonidos extraidos de viejos vinilos, grabando, regrabando, cortando y pegando, Bianchi crea una serie de ásperos y espectrales paisajes en blanco y negro, ambientes en negativo, loops obsesivos que se repiten sin piedad, variando su velocidad, densidad, tonalidad y textura, para así hipnotizar/desquiciar al oyente (táchese lo que proceda). El trabajo de montaje y manipulación sonora lo emparenta con los experimentos de “musique concrete” que iniciaron Pierre Schaeffer y Pierre Henry, aunque Bianchi lo pasa por el filtro primitivo, industrial y ruidista de Boyd Rice y Throbbing Gristle, consiguiendo así una “anti-música” de carácter lo-fi pero adelantada a su tiempo (finales de los 70).
El resultado: burbujas de sonido crepitante; cortocircuitos electrónicos dirigidos al sistema nervioso; estructuras sonoras fracturadas, asimétricas, saturadas; ruido atonal, opresivo y disonante; collages siniestros, abstractos y futuristas; paisajes monótonos, grises, deshumanizados, reproduciendo las imágenes de la metrópolis post-industrial, con sus cadenas de montaje, polígonos industriales, hileras interminables de edificios, el tráfico incesante de vehículos y los ciudadanos cabizbajos aplastados por el smog y la contaminación, océanos de chatarra y residuos; perros abandonados copulan y se reproducen incesantemente en callejones oscuros repletos de basura, su progenie destinada a la miseria y la muerte, destino similar al de miles de humanos.
En sus cassettes, Sacher-Pelz expresa su agradecimiento a gente como Throbbing Gristle, Monte Cazazza, el Marqués de Sade, Leopold Sacher-Masoch, Charles Manson, creando así un marco socio-cultural que expone claramente por dónde se movía Bianchi en aquellos años: experimentación, ruido, sado-masoquismo, pornografía, violencia, exploración del tabú y lo ilegal. En uno de los collages creados por Maurizio Bianchi para ilustrar sus trabajos con Sacher-Pelz se puede leer, debajo de una foto de varios dirigentes nazis reunidos alrededor de una mesa; “This is pure art for crime people”, esto es arte puro para criminales. Sobran las palabras.
lunes, 25 de abril de 2011
GRIEF
Grief fueron uno de los pilares fundamentales del sludge norteamericano de los años 90 junto a Eyehategod. Pero fueron Grief los que llevaron el sonido Sabbath/Melvins/Vitus a un callejón sin salida: riffs amargos, grasientos, disonantes y horribles que nos machacan el cuerpo sin compasión. Las guitarras aúllan como animales moribundos, el sonido de bajo es inmenso, la batería sencilla, al grano, aplastando los ritmos sin complicación. No hay groove ni melodías a las que aferrarse, al contrario, los riffs suenan como fracturados, asimétricos, los cambios se producen en el momento más inesperado, las estructuras están rotas, lo cual hace que la escucha sea más cerebral e incluso desagradable en ocasiones (pero ahí reside su encanto).
En la primera mitad de los 90 Grief grabaron clásicos como “Come to grief” y “Miserably ever after”, sonido grave, riffs lentos y narcolépticos hasta la desesperación, oleadas de ruido, distorsión y feedback incendiario acompañados de una batería en plan martillo-yunque, y una voz que escupe asco y náusea a traves de sus textos a lo Bukowski pero en plan terminal. En la segunda mitad de los 90 llegaron “Torso” y “...And man will become the hunted” donde perfeccionan su estilo, sin grandes cambios, pero con un sonido algo más limpio, crujiente y aplastante, lo que ofrece más matices al sonido Grief. Nada de virtuosismo musical, simplemente cuatro tíos vaciando sus entrañas y expulsando lo peor de sí mismos de la manera más salvaje posible. Las voces de Jeff Hayward, rasposas y chirriantes, más cercanas al grindcore que al metal, suenan convincentes: es difícil cantar este tipo de cosas de otra manera, hay que gritar, vomitar toda la bilis, notar como le hierve la sangre al cantar cada una de las estrofas (y al oyente tres cuartos de lo mismo).
Sus letras eran auténticos himnos a la soledad, la desesperación, al aislamiento emocional, a la renuncia. Existencialismo para clases obreras, sin sistemas filosóficos ni conceptos abstractos. Letras sinceras, sencillas, sin artificio, expresando el dolor de un hombre vencido por las circunstancias que le rodean, traicionado, abandonado, humillado, fracasado, recurriendo a la droga y al alcohol como única salida al caos en el que está envuelto. Esto no es poesía, no es literatura, es simplemente la crónica de una derrota.
Temas como “Lifeless”, “Hate grows stronger”, “I hate you”, “Down in the dumps again”, “Low life”, “Falling apart” y tantos otros van cayendo lentamente, rezumando odio y rabia por los altavoces mientras una ola de calor viscoso nos envuelve, nuestro cuerpo está tensionado al máximo y notamos como el sudor es expulsado por cada uno de nuestros poros. La experiencia de escuchar y vivir la música de Grief nos deja exhaustos, al igual que ocurre con Swans, Khanate o Godflesh. La catarsis que provoca en el oyente nos deja limpios, tras asomarnos al abismo tenemos más claridad de ideas, listos para sobrevivir en esta jungla otro día más.
martes, 12 de abril de 2011
ROYAL TRUX "Twin Infinitives" (1990)
Después de afrontar su destartalado rock de serie B en Accelerator (1998) me esperaba encontrar una versión más rudimentaria en su pasado, pero desde luego no encontrarme con este desmembramiento del rock, víctima de una deconstrucción masiva, deglutido sin compasión, donde solo dejan los engranajes desordenados dando una grotesca impresión.
Me suena a un trío etílico entre Chrome, Throbbing Gristle y el Trout Mask Replica de C.B.
También deja imágenes en mi memoria, me recuerda los locales de ensayo de los grupos noise de la época, con sus destrozadas paredes, fotos chungas desparramadas y mobiliario carcomido. Y como no, a los conciertos de rock, con su suelo húmedo por las cervezas derramadas acompañadas por la BSO cortante de los vasos de plástico al aplastarlos y el humo haciendo lagrimear los ojos.
Sin duda la guinda del pastel de este way-of-life rockero es la rúbrica que practican Royal Trux en este trabajo:
El vómito.
martes, 29 de marzo de 2011
ANDREY ISKANOV
El director ruso Andrey Iskanov es uno de los mejores exponentes del cine fantástico de la última década. Su propuesta transgrede las normas del género para adentrarse en terrenos más experimentales y poco convencionales, fusionando surrealismo macabro, experimentación audio-visual y violencia gráfica extrema. Su filmografía hasta el momento incluye tan sólo 3 películas que han contribuido a crear una estética propia, Iskanoviana por así decirlo, con ecos del críptico “Eraserhead” de David Lynch, los elementos cibernéticos y apocalípticos del “Tetsuo” de Tsukamoto, el onirismo de “Begotten”, la estética decadente de las primeras obras de Cronenberg y Buttgereit y los terrores nocturnos de Jan Svanmaker. Iskanov se ha convertido en una figura de referencia en el cine más radical de los últimos años en los ambientes más underground y anticomerciales. A continuación repasaremos sus películas.
Su primer film se titula “Nails” y es de 2003. En él vemos al personaje principal (“Hitman”), un asesino a sueldo cuya conciencia le tortura hasta legar al extremo de que los recuerdos de sus víctimas le obsesionan y le impiden vivir tranquilo. El paisaje opresivo y desolado de una anónima ciudad en Siberia, con sus bloques de edificios y sus luces de neón sirven de telón de fondo para la progresiva degeneración mental del protagonista. Ante una existencia insoportable, en la que las imágenes de los cadáveres de sus víctimas se le aparecen en sueños y sus voces no dejan de resonar en su interior, decide hacer algo para escapar a todo ese dolor que le atormenta. Tras informarse sobre el tema, el hombre decide practicarse a sí mismo diversos ejercicios de trepanación, insertándose clavos en el cerebro, unos clavos que, en contacto con ciertas zonas de su cerebro, le provocan visiones y alucinaciones con las que puede huir de la realidad. Poco a poco se va obsesionando con estas visiones y con la posibilidad de penetrar en una dimensión paralela, así que decide continuar insertándose más y más clavos mientras se dirige inexorablemente hacia una espiral de paranoia, caos, locura y auto-destrucción. Aquí Iskanov nos muestra ya una de sus grandes virtudes: la de plasmar en el celuloide las alucinaciones del personaje, cuya realidad cotidiana se va modificando progresivamente, los objetos circundantes pierden su forma, todo lo ve borroso y envuelto en la niebla, los sonidos se transforman, de las latas de conservas ya no caen alimentos sino ojos, dedos, insectos y masas gelatinosas. Iskanov nos muestra con maestría en diversos pasajes oníricos las alucinaciones del personaje a través de unas secuencias surrealistas, caleidoscópicas, retorcidas hasta lo indecible, en pleno trip psicodélico, imágenes que nos deslumbran por su gran belleza e impacto, repletas de tintes y filtros de colores que deforman nuestra visión, y que van ganando en intensidad hasta llegar al delirante final de la película.
Su segundo trabajo se llama “Visions of suffering”, de 2006. En este trabajo Iskanov profundiza en las directrices formuladas en su debut, pero esta vez se centra no en el mundo de las alucinaciones sino en el de las pesadillas. El protagonista del film sufre unas terribles pesadillas cada vez que llueve. Estos amenazadores sueños amenazan con destruir su equilibrio psíquico y su vida. Poco a poco los personajes van penetrando en el orígen y significado de estas pesadillas, en una historia que combina el vampirismo, la sexualidad reprimida y el uso de drogas como elemento para conseguir estados de conciencia superiores. De nuevo Iskanov nos deslumbra con su capacidad para reproducir esas pesadillas en la pantalla: los elementos oníricos, los viajes psicotrópicos, los juegos de colores y sombras, las asociaciones surrealistas que combinan lo macabro con lo absurdo y bucean en océanos del inconsciente colectivo, donde se retuercen miedos irracionales. Los personajes se mueven en paisajes apocalípticos de naturaleza post-industrial, envueltos en la lluvia y la niebla. A nivel visual la película (al igual que sucede con “Nails”) es fascinante, y esta es una de las características que hace que la obra de Iskanov sea tan especial: la fotografía está cuidada al detalle, el trabajo de post-producción da como resultado unos fotogramas que son auténticas obras de arte, con un estilo visual muy personal, perturbador y absolutamente fascinante.
Su último trabajo hasta la fecha es “Philosophy of a knife” (2008), su obra más radical y polémica. En este trabajo Iskanov abandona la temática fantástica de sus dos films anteriores para ofrecernos una historia basada en hechos reales sobre los experimentos que tuvieron lugar en la llamada Unidad 731 a cargo de los médicos japoneses en los años 30 y 40. La película, rodada en un blanco y negro brutal y presentada como un “falso documental”, combina la estética desolada y post-industrial típica de Iskanov con material real de archivo tanto de guerra (soldados en plena batalla, cadáveres y ejecuciones) como material médico (intervenciones quirúrgicas, autopsias, imágenes de víctimas de experimentos). Iskanov retrata sin piedad todo tipo de experimentos médicos y atrocidades que ocurrieron en la Unidad 731: armas bacteriológicas, enfermedades y virus variados, exposición del cuerpo humano a condiciones extremas, en fin, un catálogo de atrocidades en las que los prisioneros son simples cobayas a merced de los médicos japoneses. Así como hay directores que prefieren sugerir en vez de mostrar, Iskanov opta por lo contario: no nos sugiere sino que muestra explícitamente, con todo lujo de detalles y con una parsimonia espeluznante, las imágenes de los experimentos médicos más salvajes, desde una perspectiva realista, dura e impactante: despellejamientos, extirpación de dientes, electrocutamientos, cámaras de descompresión, introducción de insectos en el cuerpo, vivisección, el umbral del dolor... Y todo ello durante 4 horas y media que es lo que dura la película. Muchas personas han descalificado esta película debido ya no sólo a su duración sino a la crudeza y brutalidad de sus imágenes, que en ocasiones parecen tan reales que podían pasar por un documental. Hay que dejar claro que“Philosophy of a knife” no es un simple desfile de atrocidades gratuitas sino que es una obra con clara intención artística: Iskanov se esfuerza en convertir cada fotograma, cada secuencia, cada enfoque, en una experiencia visual y artística plenamente satisfactoria, una experiencia irreal y onírica. Así pues, lo que en un principio es algo terrorífico como son las torturas y experimentos médicos que se nos muestran, se convierten en arte a través del filtro mágico de la camara de Iskanov. Un arte degenerado, terrible e insoportable para muchos, pero nunca se dijo que el arte debiera ser algo fácil y reconfortante, hay gente que en el mundo estético prefiere los desafíos y sumergirse en los infiernos más oscuros. “Philosophy of a knife” es sin duda una de las obras más extremas y radicales en lo que llevamos de siglo 21, es más, diría que de toda la historia del cine, un trabajo fascinante y terrible al mismo tiempo, que nos muestra hasta dónde puede llegar la crueldad y perversidad humanas.
Aquí concluye este viaje por la obra de Andrey Iskanov, cuya nueva película (“Ingression”) está recién finalizada y promete ser un regreso a su anterior mundo onírico. Estaremos atentos para ver lo que nos depara una vez más la imaginación del maestro ruso.
jueves, 17 de marzo de 2011
YEN POX
El dúo norteamericano Yen Pox son uno de esos clásicos prácticamente desconocidos de la escena dark ambient de los 90. En su época se les llegó a comparar con gente como Lustmord, Robert Rich, Thomas Köner y Lull, aunque por diversas circunstancias nunca llegaron a tener la repercusión que tuvieron los mencionados artistas. A pesar de eso, sus escasas grabaciones se convirtieron en objeto de culto.
Sus primeras grabaciones, como el cassette “Yen Pox” de 1993, combinaban los sonidos más oscuros de corte ambiental con elementos ruidistas e industriales, desde una perspectiva casi mística y ritual.
El dúo pulió y refinó su sonido para su obra maestra “Blood music” de 1995, simplificando su propuesta y dejando de lado los elementos ruidistas para centrarse en un dark ambient minimalista, denso y absorbente, creando paisajes húmedos, cavernosos, desolados y oscuros, donde las texturas fluyen libremente sin elementos ni melodías que perturben la escucha.
Sus atmosféricas composiciones se mueven lentamente a través de drones, masas y nebulosas sonoras que conectan con los albores de la humanidad y con los límites del universo, con gélidos vientos estelares, planetas en lenta rotación sobre su eje o mareas subiendo incesantemente.
A pesar del enfoque tan minimalista (una escucha superficial puede dar la impresión de que nada sucede) muchas cosas laten en el fondo de estas composiciones para el viajero experto: sonidos misteriosos de origen desconocido que evolucionan y se metamorfosean majestuosamente, formas que se mueven sinuosamente, capas de sonidos y colores que se unen, entrelazándose y separándose con gran belleza.
La música de Yen Pox tiene un carácter claramente introspectivo: sus oleadas de oscuridad y vibraciones subterráneas afectan a determinadas partes de nuestra conciencia y nuestro aparato receptor, ralentizando las pulsaciones y sumergiéndonos en una dimensión extraterrenal, guiándonos en un auténtico viaje hacia nuestro interior más oculto, hacia zonas desconocidas y prohibidas de nuestro ser.
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