Escuché por primera vez a Black
Sabbath hace unos 30 años, cuando iba a la escuela. Una cinta
prehistórica del “Paranoid” que estudié y repasé
cientos de veces. Yo no era consciente de ello en aquel momento, pero
mi cerebro estaba siendo transformado y marcado para el resto de mi
vida. Desde aquel entonces, mi obsesión por el riff perfecto
sólo ha hecho que crecer. Aquello me dejó tal huella
que a partir de ahí, a pesar de haber evolucionado y escuchado
muchos y distintos tipos de música, la predilección por
el hard rock setentero, el stoner rock y el doom ha formado un poso
que nunca desaparecerá. Naturalmente después me dediqué
a investigar todas las posibles variantes de ese riff primigéneo
y cavernícola, empezando por Hendrix, Led Zeppelin, Blue Cheer
y demás monstruosidades, pasando por Saint Vitus, Melvins,
Cathedral, Kyuss, Sleep, Electric Wizard y otros tantos que fueron
incorporándose a mi vocabulario musical, pero como ya dije,
todos ellos siempre bajo la sombra alargada de Black Sabbath. Y hoy
en día, en pleno auge del llamado “occult rock”, entre
toda la nueva hornada de grupos doom y stoner, hay una banda que para
mí destaca sobre el resto: se trata del cuarteto
norteamericano Orchid. Su ep “Through the Devil's Doorway” (2009)
y su lp debut “Capricorn” en 2011, fueron toda una declaración
de intenciones: los ecos de Sabbath se podían percibir en cada
corte de los dos álbumes, y la producción absolutamente
70s, así como el diseño vintage que acompañaba a
los discos, los convirtieron en una de las sensaciones del retro-hard
rock contemporáneo. Tras otro ep en 2012 (“Heretic”),
estuve esperando con ansia su segundo disco, “The Mouths of
Madness” (2013) y el grupo no me ha defraudado en absoluto. Siguen
dándole un repaso bestial al “Master of Reality” y al
“Vol. 4”, ofreciéndonos un nuevo recital de riffs calcados
a los que tocaba el maestro Tony Iommi. Otro pedazo de disco, con un
sonido todavía mejor que el de su debut, con más
matices, más espacio, muy variado y dinámico
(combinando distorsión y contundencia con incursiones
acústicas y pasajes psicodélicos), siempre manteniendo
las raíces del hard rock pero sin perder de vista las melodías
ni las buenas composiciones. Sonido setentero clásico, sin
excesos, pero interpretado con elegancia, con gusto y con canciones
que, al igual que ocurría con Black Sabbath, tienen una base
sólida y potente pero pegadiza. Mucha gente les acusa de ser
una mera copia del original, y en eso no hay discusión
posible, pero es que a ver, señores, el stoner rock y el doom
nunca han sido géneros originales ni innovadores sino que se
basan primordialmente en el sonido Sabbathiano y el hard rock
setentero más sucio y fumeta, todo ello con la intención
de ofrecer diversas perspectivas y aproximaciones al riff perfecto.
Pero innovar dentro de este género es imposible e incluso
contraproducente: la experimentación me apasiona, pero en
otros géneros, lo importante aquí es mantener esas
raices, esa atmósfera fumeta, ese feeling, y lo que más
se valora no es la originalidad sino la autenticidad, la pureza y la
actitud, pasando de modas y géneros que van y vienen. Y en ese
sentido Orchid le pasan por encima a la mayoría de grupos que
circulan hoy en día en esta escena del retro-hardrock. La
calidad de sus canciones es incontestable, el grupo suena compacto y
engrasado, las sensaciones que producen esos riffs son de una pureza
inagotable, es como cerrar los ojos y estar en 1972 escuchando el
disco perdido de Black Sabbath, y sobre todo su actitud es
encomiable, creen en lo que hacen, lo viven, lo hacen de manera
convincente y no como meros aficionados. Así pues, voy a
encender el incienso, a cerrar los ojos y a dejarme llevar por “The
Mouths of Madness” y su excitante universo psicotrópico
hasta los confines de la locura.