jueves, 20 de enero de 2011

POPOL VUH "Hosianna Mantra" (1972)


Una reseña de Blackdecker.

¿Qué pensar de un disco como este? Después de tantas escuchas... incontables... después de haberme dejado envolver por esas brumas. Hoy, una vez más, tratando de desentrañar de qué va el disco, tratando de fijarlo en un tiempo determinado, de explorarlo de arriba abajo. ¿Fue rompedor? ¿Un punto de encuentro para hippies folclóricos? ¿El inicio de la música macrobiótica? ¿El fin de todo lo demás? Se trenzan muchos significados. O quizás no debiera darle tantas vueltas y sacar el látigo. O dejar que trabaje la sensibilidad y ahogarme. Se vislumbran muchas influencias posteriores. Se presume a otros artistas que, después de empaparse con sus notas, dieron forma a nuevos trabajos, en otros tiempos, a otras horas. ¿Qué se supone, pues? La mezcla de místicas diferentes, un tipo de rito diferente, o esa intención. Los loops, las voces, la instrumentación, los crescendos, ese mantra al que se condena el grupo para alcanzar una suerte de mágica iluminación, el camino de las baldosas amarillas comidas por el musgo y el vapor. Magia. Intemporalidad. Medianoche. Rusticidad. Un viejo aliento de mandrágoras, de remedios caseros, de cuerpos revueltos a la luz de una débil candela. ¿Es eso? El paso del tiempo deja a su paso túmulos de ceniza. El tiempo de la espiritualidad ha muerto definitivamente. Quedan estos restos flotando en el fondo de un pozo, en un charco. En aquel estanque que una vez lució imperial y ahora no pasa de charca. Puede ser, no sé. Quizás sea eso.

miércoles, 5 de enero de 2011

SALÓN KITTY (Tinto Brass, 1975)


Recuerdo que descubrí a Tinto Brass hace muchos años, cuando era un adolescente y en la televisión autonómica valenciana daban películas eróticas los sábados por la noche. Solían emitir películas eróticas del montón, material de calidad ínfima de los 70 y 80, rollo “Emmanuelle negra” y similar bazofia, pero también recuerdo que vi películas de algunos directores como Jesús Franco, Jean Rollin o Tinto Brass que me desconcertaron bastante pues no encajaban en los cánones del erotismo standard que era lo que yo buscaba en aquella época (básicamente una paja y a dormir) sino que ofrecían productos más trabajados y con imágenes perturbadoras que se me grabaron en el subconsciente. Una de aquellas noches emitieron “Salón Kitty” (1975) de Tinto Brass, que en su momento no entendí, pero que años después, al igual que los trabajos de los mencionados Jesús Franco y Jean Rollin, visito una y otra vez con mayor placer.
“Salón Kitty” forma parte del movimiento que en los 70 se dedicó a unir dos elementos de gran disfrute a nivel estético como son el sexo y el nazismo, lo que se vino a llamar “Porno-nazi” o “Sexploitation” o “Nazisploitation”, en fin, todo tipo de excesos sexuales bajo la sombra del régimen nazi, cuya simbología e imágenes encaja perfectamente con la estética de sado-masoquismo y perversiones sexuales que dominan estas obras. Hubo directores que optaron por la vertiente más brutal y salvaje, temática centrada en campos de concentración con un enfoque de “serie z” y con títulos clave como “Ilsa, la loba de las SS” y todas sus secuelas e imitadores, material muy chungo y depravado pero con encanto, auténticas delicatessen para los paladares más selectos. Otros directores, en cambio, trataron la misma temática pero desde una perspectiva más “artística” por así decirlo, es el caso de “Portero de medianoche” de Liliana Cavani o este “Salón Kitty” de Tinto Brass.
Kitty Kellermann es la propietaria de un burdel de lujo en Berlín a principio de los años 40, durante la segunda guerra mundial. Su local es frecuentado por diversos dirigentes nazis y miembros de las clases altas alemanas. Las autoridades nazis deciden implementar de manera radical su política de pureza aria así que obligan a Kitty a despedir a todas sus chicas polacas para acoger sólo a prostitutas de pura cepa alemana y absolutamente inmersas en el nacional-socialismo: auténticas mujeres de las SS. Para obtener a esta élite de profesionales nazis hay que pasar un duro proceso de selección consistente en, primero, copular en masa con un grupo de fornidos miembros de la raza aria bajo los compases de una orquesta militar, en plan maratón de sexo, y en una segunda selección, realizar diversas prácticas sexuales con judíos, gitanos, viejos, lesbianas, enanos y monstruos, para así poder seleccionar a las más viciosas y con menos escrúpulos.
Una vez hecha la selección nos sumergimos en el fascinante mundo del Salón Kitty, un universo de decadencia, degeneración, corrupción y oscuridad moral en la que sus clientes se entregan sin freno al alcohol y a todo tipo de prácticas sexuales, desde el sado-masoquismo al fetichismo, destacando, por ejemplo, uno de los clientes que sólo se pone cachondo si sobre la cabecera de la cama donde está su puta se proyectan imágenes del “Triunfo de la voluntad” con Hitler en pleno discurso incendiario. Eso es tener clase. Así pues los clientes del Salón Kitty están en las antípodas de lo que pretendía el nacional-socialismo, estos hombres, cansados y descreídos, cobardes y traidores, no se preocupan de si Alemania ganará o perderá la guerra, les da igual si mañana su futuro será la gloria, el pelotón de fusilamiento, la cárcel o el exilio, todo da lo mismo si pueden despertar en el lecho de una puta. Tinto Brass es un maestro para plasmar en imágenes toda la decadencia de estos personajes, putas y clientes que se mueven en la penumbra del burdel mientras la música de cabaret de perdición y desarraigo suena al compás en el que se consumen sus vidas.
La mayoría de figurantes que hacen de prostitutas y clientes en la película no eran actores reales, lo cual aumenta el aire de naturalidad del film, nos movemos entre ellos como si fuéramos un cliente más, nadie sobreactúa, nadie está pendiente de la cámara, sus rostros dominados por una palidez cadavérica (ellos) y por maquillajes recargados y esperpénticos (ellas) dirigen sus miradas vacías hacia no se sabe dónde. El elenco de meretrices seleccionado para la película es espectacular: auténticas bellezas con expresión ausente, fría, hierática, verdaderas “femme fatale” en el más puro estilo setentero, con sus felpudos bien poblados, sus pechos naturales y sus curvas interminables, destacando la increíble Teresa Ann Savoy, un auténtico bellezón ario que me cautivó cuando era un adolescente y sigue extasiándome hoy en día.
El final de la película es glorioso, llegando a la cima de la decadencia y la auto-destrucción: Kitty y su preferida, Margherita, beben champagne mientras caen las bombas y las balas atraviesan los cristales del Salón Kitty que poco a poco se va llenando de humo, polvo y cristales rotos mientras una puta y su madam brindan a la salud de un mundo destruído.

sábado, 1 de enero de 2011

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