martes, 10 de enero de 2012

Konstantin Lopushansky: "Visitor Of A Museum" (1989)



Konstantin Lopushansky empezó en el mundo del cine como ayudante de Andrei Tarkovski en su obra maestra “Stalker”, en 1979. Esta experiencia le marcó sin ninguna duda, y a partir de ese momento el discípulo Lopushansky empezó a desarrollar su propia obra, con claras influencias de Tarkovsky (coinciden en su gusto por los temas apocalípticos, escenarios desoladores repletos de basura y desperdicios, personajes solitarios, secuencias lentas y oscuras, preocupaciones morales de carácter existencial y cierta tendencia al misticismo) aunque con su propias señas de identidad. Curiosamente, mientras Tarkovsky cimentó una reputación a nivel internacional, Lopushansky es prácticamente desconocido hoy en día fuera de Rusia. Si las comparamos, las obras de Luposhansky son más oscuras, pesimistas e incluso desagradables, quizás esto haya sido uno de los factores que hayan influído en su escasa divulgación, pero aun así lo encuentro incomprensible porque estamos ante uno de los grandes directores de las últimas décadas.

Tras debutar con la fascinante “Cartas de un hombre muerto” (Dead man's letters, 1986), Lopushansky continuó con “El visitante del museo” (Visitor of a museum, 1989), su segunda película, en la que profundiza en el género de la distopía y crea una de las obras más fascinantes del cine de temática post-apocalíptica conocidas hasta ahora. Si en “Cartas de un hombre muerto” planteó el tema de la catástrofe nuclear y la búsqueda de la salvación en un mundo destruído, en “El visitante del museo” trabajó con la idea del fin del mundo provocado por las catástrofes ecológicas y la posibilidad de redención a través del sacrificio y la renuncia a la razón.

La singular belleza de esta película es una de sus claves. Belleza, claro, vista desde una perspectiva diferente: la belleza de los vertederos de basura, de las estaciones de tren abandonadas, de los vagones rotos, de las iglesias a medio derruir, la chatarra, los charcos de agua sucia, el desierto árido y seco, océanos muertos, vehículos olvidados y oxidados en playas contaminadas, las ruinas, los locos y los parias. Quizás esto no entra en el canon de belleza que normalmente se enseña en las sociedades bienpensantes, pero su encanto es indudable, hay que aceptar las reglas que impone el director ruso y dejarse llevar por esas imágenes y disfrutar de una experiencia cinematográfica única.

Predomina el color rojo (el color del infierno en el que viven los personajes), así como las ambientaciones lóbregas y las secuencias oníricas e hipnóticas. La banda sonora, parte indispensable en el efecto de la película, corre a cargo del compositor Alfred Schnittke, cuyas sonoridades cortantes y sus drones inquietantes actúan de contrapunto para acentuar la belleza desolada de las imágenes. “El visitante del museo” es una obra que me deja sin respiración durante sus más de dos horas de duración, hay veces que no puedo creerme lo que estoy viendo, no puedo asimilar la intensidad y la belleza apocalíptica de las imágenes, su lirismo y su poesía terminal, la cautivadora atmósfera. Su impacto emocional y su intensidad a nivel visual y temático la convierten en una auténtica joya, aunque prácticamente desconocida, del cine soviético de los años 80.

En la película vemos como el mundo está en plena decadencia y camino de la autodestrucción debido a los excesos tecnológicos y el abuso medioambiental, esto ha provocado inundaciones en todo el mundo y una degeneración genética de la raza humana que provoca el nacimiento de niños con todo tipo de retrasos mentales. A estas personas calificadas de “degeneradas” (locos, enfermos, pobres, desgraciados) se las aparta de la sociedad y se las confina en “reservas” (eufemismo para campos de concentración), aislados del mundo racional y “normal” (pero que es al fin y al cabo más degenerado y sucio que el otro). El protagonista no se siente cómodo en la sociedad normal en la que vive sino que empatiza con los locos y los abandonados, así que, perseguido por sus propios fantasmas y visiones, decide viajar desde el mundo de los sanos hasta el de los degenerados, abandonando la sociedad convencional para adentrarse en la reserva, tomando parte en un viaje iniciático que le llevará a convertirse en el mesías de los degenerados, que lo ven como su única posibilidad de salvación. Luposhansky utilizó a verdaderos enfermos mentales sacados de diversos hospitales psiquiátricos para la grabación de muchas escenas de la película, confiriéndole así un dramatismo y una intensidad inusitada a las escenas en las que los degenerados celebran su particular misa, llegando a extremos de histeria colectiva absolutamente espeluznantes, algo que no habría podido hacerse con actores reales quienes al fin y al cabo están actuando. En la película, los locos, los pobres y los desgraciados lo son de verdad, así que el miedo, la soledad y la alienación que transmiten sus expresiones es auténtico. Algo parecido buscó Alejandro Jodorowsky en su magnífica película “El Topo”, donde su protagonista también toma parte en un viaje iniciático que le lleva a una caverna poblada por personas con todo tipo de deformidades físicas y retrasos mentales, para convertirse en su dios y salvarlos.

La interpretación del protagonista Victor Mijailov es encomiable, su capacidad para expresar deseperación gracias a sus duras facciones, y especialmente su transformación de persona sana a loco, llega a poner los pelos de punta en muchos momentos, así como la visceralidad que transmite durante su viaje iniciático que le llevará a expiar los pecados de la humanidad cargando en sus espaldas toda la pena, la vergüenza, la humillación y el dolor de los abandonados. En este viaje místico atraviesa paisajes desolados donde la naturaleza muestra toda su crueldad, desiertos, pantanos, mares enfurecidos, templos abandonados y culminando en lo alto de una montaña donde gritará su plegaria y renunciará a su razón para salvar a los más desgraciados. La única manera de salvar a la humanidad es el sacrificio (Tarkovsky también abordó este tema en su última obra, “Sacrificio”) así pues el protagonista pierde la razón y el lenguaje, se vuelve loco y en la escena final de la película lo vemos arrastrarse y gritar en medio de un vertedero de basuras interminable, iluminado por la luz rojiza de una puesta de sol aterradora, una escena de intensidad sostenida durante minutos, acompañada certeramente de la música de Schnittke. Uno de los finales más espeluznantes que recuerdo.

Desde luego que “El visitante del museo” es una obra que puede llegar a agotar al espectador medio, que incluso puede llegar a horrorizarle, pero es que hay ocasiones en las que el arte exige un esfuerzo y una entrega por nuestra parte, nos exige ir más allá del puro entretenimiento inofensivo para adentrarnos en terrenos más oscuros e inhóspitos, pero esenciales para vislumbrar las zonas más oscuras del alma. Un crítico alemán lo expuso claramente al referirse al estreno de esta película en 1989, diciendo que “tras dos horas viendo la película, el público llega a entender que todo no está en la comodidad, y eso es el arte, tan necesario como el pan.”

domingo, 1 de enero de 2012

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