martes, 21 de julio de 2015

WHORES



Whores. El nombre del grupo ya es toda una declaración de intenciones. Putas. Así, sin más. Ser una puta no sólo consiste en vender sexo a cambio de dinero. También es vender tu tiempo y desperdiciar tus días en tu trabajo de mierda. O sentirte atrapado viendo cómo se te va la vida en una relación sentimental sin salida pero que no dejas por miedo a la soledad. O estar anulado en tu familia, en tu ciudad, con los horizontes cada vez más estrechos y no tener valor para romper con todo. O tener miedo de no llegar a fin de mes y de no poder pagar las facturas, viviendo siempre con esa incertidumbre de lo que pueda pasar el mes que viene. Así pues, hay muchas maneras de ser puta en esta sociedad. Y esa sensación de rabia, de asco, de frustración es la que transmiten Whores en su música. Rollo chungo a raudales, violación auditiva, perforación de tímpanos, gritos angustiosos, catarsis asegurada. Con tan sólo dos ep's a cuestas (“Ruiner” en 2011 y “Clean” en 2013), este trío norteamericano se ha convertido en toda una joya del noise-rock mas subterráneo. Hace mucho tiempo que no vibraba tanto escuchando a un grupo, y Whores lo consiguieron, haciéndome sentir con su ferocidad algo parecido a las primeras veces que escuché a gente como Unsane o los Melvins. Algo realmente excitante, peligroso, que te hace sonreir con sarcasmo ante las barbaridades que se te pasan por la cabeza cuando los escuchas. Está más que claro que Whores no han inventado nada con su sonido, pero me da igual, ya que me rompen todos los huesos de mi cuerpo y logran vaciarme completamente con su bendito ruido. Moviéndose con maestría entre el noise rock más salvaje, el punk más asfixiante y el sludge más cavernícola, Whores tienen todas las de ganar. Riffs de guitarra viciosos y cortantes, un bajo grueso, muy grueso, con un volumen tan alto o más que el de las guitarras, llenando el espacio hasta estrangularnos, una batería demoledora, y unas voces que escupen con rabia esas letras que hablan de la paranoia cotidiana en la que anda metido ese 21st century schizoid man que llevamos dentro. Canciones brutales, aplastantes, con intensidad al límite, pero con un excelente ojo para componer y arreglar de forma que suenan dinámicas, siempre buscando el clímax eléctrico y la liberación emocional desenfrenada. Por supuesto, el espíritu reencarnado de Black Sabbath aparece cuando Whores ralentizan los tiempos y se enfrascan en riffs lentos y viscosos. En otras ocasiones, los ritmos machacones y viscerales beben directamente de las fuentes de Helmet, Unsane y el sonido AmpRep en general, sin olvidar ese sentido de la música tan retorcido que tienen los Melvins o Jesus Lizard. Sí, imagínate todo esto metido en un cocktail pero mucho más agresivo y violento, sin piedad hacia el oyente, vamos. Y ni falta que hace, oiga, que en los tiempos que corren hacen falta más grupos como éste.

jueves, 30 de abril de 2015

ADRIAN LYNE: La escalera de Jacob (Jacob's Ladder)



Jacob Singer, cartero y ex-veterano del Vietnam, no sabe si está vivo o muerto. Jacob vaga como un fantasma por las calles de Nueva York, sucias, decrépitas, llenas de basura, mientras el frío del invierno le atraviesa la ropa y le cala los huesos. Se pierde en laberínticas estaciones de metro mal iluminadas, repletas de vagabundos, de marginados, de la escoria de la sociedad. En su estado de alucinación permanente y de paranoia obsesiva, cree ver demonios que le persiguen y le acechan con la intención de acabar con él. Durante unas décimas de segundo, en la ventana de un tren que pasa, en el interior de un coche con el que se acaba de cruzar, en un reflejo en el espejo, en un perfil de un desconocido que se aleja, ve repentinamente rostros deformes retorcidos por el sufrimiento, cabezas agitándose espasmódicamente, bocas abiertas aullando de dolor. ¿Proyección de demonios interiores, delirios conspiranóicos, o acaso alguien le persigue de verdad? Y Jacob no sabe si está vivo o muerto. Sueña en su cuchitril neoyorquino, acompañado de su novia, una compañera de trabajo de la cual nunca terminó de fiarse y que le toma por loco. Sueña con su ex-esposa y con su hijo muerto, atropellado por un coche. Despierta, y no sabe cuál es el sueño y cuál es la realidad, si está durmiendo con Sara y soñando sobre Jezebel o si está durmiendo con Jezebel y soñando sobre Sara. Los recuerdos permanentes del Vietnam le obsesionan y le vienen a la cabeza una y otra vez: toda aquella violencia absurda y sin sentido, aquella carnicería obscena, aquella bayoneta que se le clava en el estómago, esa camilla y el helicóptero de rescate que se lo lleva por los aires. Y no sabe si está vivo o está muerto. Jacob atraviesa esa tenue linea entre razón y locura, y no sabe si la pesadilla es estar vivo o estar muerto. Tiran a Jacob de un coche en marcha, lo llevan al hospital y mientras va atravesando puertas tumbado en su camilla empujada por dos enfermeros anónimos, observa restos humanos mutilados en el suelo, sangre en las paredes, enfermos mentales en camisa de fuerza, gimiendo, gritando, llorando, y criaturas deformes que lo siguen con la mirada. Un cirujano, acompañado de la novia de Jacob, y un enfermero sin ojos le inyectan droga directo al cerebro. Jacob grita que está vivo, pero el cirujano le dice que si estuviera vivo no estaría allí, en ese infierno. Cuando Jacob despierta en la fría habitación de su apartamento tras un ataque de pánico e histeria que le duró toda la noche, su novia llora, y él no sabe si es peor la pesadilla del hospital o la de su casa. Y no sabe si está vivo o muerto. Jacob Singer ve cosas que los demás no ven. Se siente amenazado por unos demonios que sólo él ve. Se abren grietas inexplicables en su mundo cotidiano a través de las que asoman seres y formas que no reconoce. En una fiesta, abre la nevera y ve la cabeza de un animal muerto. Destapa la tela que cubre una jaula y ve un cuervo intentando escapar. Su novia baila con un demonio que la encula con placer y la revienta por la boca con su falo-cuerno. Jacob cae el suelo entre convulsiones. Al despertar, su novia le recrimina el espectáculo que dio. Esa sensación de no poder explicarle a nadie lo que siente por si lo toman por loco, esa soledad y alienación, van abocándolo a la desesperación. Y ahí está la escalera. La “escalera” es el nombre de la droga que les suministraron en Vietnam para retrotraerles a sus instintos más violentos y a los miedos más primitivos y así aumentar la agresividad durante el combate. Tal fue el nivel de violencia provocada en su pelotón que terminaron masacrándose entre ellos. Esa escalera es también la escalera por la que Jacob desciende cada día no a un infierno, sino a varios. Y es esa escalera por la que sube con su hijo muerto hacia una puerta iluminada que no sabe dónde le llevará. Mientras tanto, en una camilla de un hospital de guerra en Vietnam, Jacob Singer yace muerto.

lunes, 26 de enero de 2015

"Conozco a pocas personas como yo, cuyos logros hayan quedado más justamente lejos de sus aspiraciones, ni tengan en general menos motivos por los que vivir. Carezco de todas las aptitudes que me gustaría tener. Todo lo que puedo valorar, o lo he perdido o probablemente lo voy a perder. Dentro de diez años, a no ser que encuentre un empleo que me reporte al menos 10 dólares por semana, tendré que tomar la decisión del cianuro, por incapacidad para conservar junto a mí los libros, cuadros, muebles y demás objetos familiares que constituyen la única razón que me queda para seguir viviendo. Y por lo que se refiere a la soledad, probablemente me llevaré todas las medallas. En Providence no he conocido un espíritu afín al mío con el que haya podido intercambiar ideas; y aun entre mis corresponsales, son cada vez menos los que coinciden conmigo en cuestiones suficientes como para hacer deleitable la conversación, aparte de algunos puntos especializados. La generación más reciente se ha alejado aún más de mí, mientras que la vieja está tan fosilizada que constituye un flaco material para discutir o conversar. En todo (filosofía, política, estética e interpretación de las ciencias) me encuentro solo en una isla. Con la juventud se han perdido todas las posibilidades de encanto de esperanza de aventuras... dejándome encallado en un bajío sin nada a lo que recurrir..."

Fragmento de una carta escrita por H. P. Lovecraft en 1935.


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