domingo, 23 de diciembre de 2012

WALERIAN BOROWCZYK: "La Bestia" (1975)



Según la Iglesia, la zoofilia es el peor pecado que puede cometerse. Según ellos, representa la peor perversión posible ya que atenta contra la perfección del ser humano, que fue creado a imagen y semejanza de dios. “La Bestia” es una película que trata este tema polémico y tabú de una forma absolutamente surrealista y provocadora.

Walerian Borowczyk dirigió su obra maestra, “La Bestia”, en 1975, y gracias a ella se convirtió en un director de culto a la altura de Jesús Franco, Jean Rollin o Tinto Brass, maestros del eurotrash, la fantasía kitsch y surrealista, el esperpento, el softcore cutre y casposo y las aberraciones mentales y cinematográficas más desquiciadas. Borowczyk fue evolucionando hacia terrenos del softcore más tradicional e inofensivo a lo largo de su irregular trayectoria, pero con esta película dejó huella en el panorama del cine bizarro y marginal.

Desde luego que esta obra no dejará indiferente a nadie: es más, la primera vez que la vi no daba crédito a lo que veía, no podía asimilar que algo tan demencial estuviese pasando delante de mis ojos y a medida que la cosa iba in crescendo me quedaba con la boca más y más abierta. Es esa sensación tan especial de que estás viendo algo muy grande, algo importante en la historia del cine, algo que obviamente no es del gusto de todos los públicos pero que realmente tiene una serie de elementos que lo hacen diferente: una obra de culto, en definitiva.

El inicio de la película ya es ciertamente impactante y nos avisa de que lo que vamos a ver no será de fácil digestión: vemos con todo lujo de detalle a un caballo y una yegua apareándose mientras que Maturin, el heredero tarado de la familia L'Esperance, los observa fascinado en las caballerizas de su mansión. La brutalidad y fuerza del sexo animal ya queda patente desde los primeros minutos de la película, aunque no nos puede hacer imaginar lo que veremos al final de la obra, en pleno delirio pornográfico-surrealista.

El clima decadente, perverso y depravado de la película queda claro desde el inicio y se acentúa conforme pasan los minutos: los personajes, aislados en su mansión, casi arruinados (de hecho quieren casar a Maturin con la bellísima y millonaria Lucy), viven atrapados por un pasado oscuro y ahogados en sus propios vicios. Y esto es uno de los factores que hacen que “La Bestia” sea una obra tan especial: lo que podría haber sido un intragable bodrio pseudo-erótico, es elevado a la altura de arte por el buen hacer de la cámara de Borowczyk, quien trabajó a conciencia en la fotografía y la atmósfera (entre amateur y sofisticada) de la película para transgredir las convenciones de un genero tan proclive a los sub-productos intragables. Y al mismo tiempo la película no está exenta de crítica social ya que la imagen proyectada tanto de las clases altas como la de los miembros de la Iglesia que también acuden a la mansión de los Esperance les deja en bastante mala posición: ellos tampoco escapan del vicio, la corrupción, la hipocresía, la doble moral y la degeneración.

En “La Bestia”, los sueños y alucinaciones de la ingenua e inocente Lucy (interpretada por Lisbeth Hummel), influidos por su sexualidad reprimida y su lujuria latente, combinada con su obsesión por Romilda (alrededor de la cual gira la leyenda de que fue violada por una monstuosa bestia en la profundidad de los bosques de la casa que Lucy está visitando para casarse con Maturin, el hijo de Romilda), dan lugar a una orgía cinematográfica de dimensiones demenciales. La parte final de la película, donde Borowczyk se recrea en el encuentro sexual entre la bestia y Romilda (espectacular Sirpa Lane, menudo papelón le endosaron, supongo que cuando leyó el guión no era consciente de dónde se estaba metiendo), es uno de los momentos más impactantes y escandalosos de la historia del cine underground. Esa combinación de sexo desaforado, zoofilia (la preciosa Romilda violada por esa repugnante bestia mitad oso y mitad lobo y disfrutando de ello), copiosas eyaculaciones intercaladas con preciosos fotogramas de bosques (enfocando el acto sexual como una experiencia panteista en la que los cuerpos y los líquidos corporales se funden con la naturaleza, con los troncos de los árboles y con las hojas muertas), elementos surrealistas (un caracol deslizándose por la superficie de un zapato) y un toque ciertamente “arty” aparta a Borowczyk del montón de películas prescindibles del softcore de la época y convierte a “La Bestia” en una experiencia cinematográfica salvaje, confrontacional y loca, muy loca, loquísima.

Pervirtiendo una fábula mitológica como la de “La bella y la bestia” y sus dobles lecturas en clave sexual, llevando el género erótico al límite, jugando con las convenciones del género y rompiendo todo tipo de tabús con un sentido del humor absolutamente desquiciado y corrosivo, Walerian Borowczyk nos ofreció aquí su obra cumbre y, al igual que otros exploradores cinematográficos a los que tanto admiramos en La Fam, nos ofreció una serie de imágenes y sensaciones imposibles de borrar de nuestra retina.

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