miércoles, 22 de enero de 2014

CONFESSOR


Recuerdo cuando apareció el primer disco de Confessor allá por 1991. Fue lanzado por un sello al que seguía con mucho interés en aquella época, Earache Records, cuya especialidad era la música más extrema en el campo del death metal, el grindcore y la música industrial. Confessor fue una conmoción para muchos de nosotros por aquel entonces, ya que su sonido tenía muy poco que ver con lo que Earache nos tenía acostumbrados, pero a pesar de eso fue un auténtico descubrimiento: su sonido era tan extremo como los de otros grupos de la misma discográfica pero enfocado desde otra perspectiva, algo que abrió nuevos horizontes para muchos, demostrándonos que el extremismo sonoro podía ir acompañado de elegancia, estilo y complejidad en su elaboración.

El sonido de su debut (“Condemned”) partía de cierta raiz doom pero desde un ángulo muy poco convencional, con un estilo propio e intransferible, mostrando a unos músicos de un virtuosismo apabullante pero que no se perdían en florituras preciosistas ni en pajas mentales sino que nos ofrecían una música increíblemente compleja y asfixiante, con unos riffs de base Sabbath / Trouble / Melvins pero interpretados de manera retorcida, melodías intrincadas, patrones sonoros rompe-neuronas, cambios de ritmos constantes e imprevisibles. La doble sección de guitarras se autoalimentaba y autodestruía a base de riffs y más riffs disonantes y enrevesados (hay veces que no puedo creer que pudieran memorizarlos) y un batería descomunal y absolutamente infravalorado en su época, Steve Shelton, quien ejecutaba unos esquemas rítmicos sincopados, matemáticos e innovadores que podrían encajar perfectamente en un disco de Happy Family, Ruins, Don Caballero o John Zorn. Por encima de este furioso y caótico sonido sobrevolaba la aguda voz de Scott Jeffreys, cuya fascinante interpretación atonal y para nada melódica recitaba unos angustiosos textos alrededor de la soledad, al aislamiento, el dolor y el miedo, en una serie de letras sencillas pero que le servían de psico-drama y de liberación de obsesiones y traumas. Es impresionante como la música de Confessor acompañaba a la perfección el sentimiento de desesperación y paranoia que describen sus letras. Imposible aburrirse: las canciones (todas alrededor de los 4 minutos) están tan trabajadas y hay tantísimo movimiento que requieren la máxima atención del oyente para no perder detalle. Su propuesta tan poco ortodoxa descolocó a mucha gente, y aunque su sello intentó venderlos como “technical doom metal” la cosa no coló, de ahí que el grupo se disolviera en 1993 casi en pleno anonimato. Eso sí, algunos no los olvidamos.

Tuvimos que esperar 14 años hasta que Confessor se volvieron a reunir y grabaron su segundo álbum (“Unraveled”) en 2005. Algunos dudaban si el grupo estaría en forma y si podrían igualar la calidad de su legendario debut, pero nuestros miedos pronto se disiparon ya que “Unraveled” nos mostró a los Confessor de antaño pero con un sonido perfeccionado, más maduro y sutil. Si ya nos habían dejado boquiabiertos en 1991, la misma sensación se volvió a producir en 2005. Las fascinantes piezas de este disco bajan un peldaño en términos de complejidad (aunque lo siguen siendo, y mucho) pero añaden un vibe ciertamente más doom, con unos ecos más apreciables de Black Sabbath e incluso de Alice in Chains, acentuando ese regusto tan oscuro y amargo que siempre ha caracterizado a Confessor. El sonido de “Unraveled” es uno de los aciertos del disco, ya que no es tan seco como el de “Condemned” sino que ofrece más profundidad, más color y más densidad, algo de lo que se benefician muchísimo las canciones. Los riffs (siempre lentos o como mucho algun mid-tempo) siguen manteniendo ese carácter tan enrevesado e imprevisible, pero fluyen de manera más natural, creando texturas sonoras repletas de matices, intensidad y melancolía, al igual que la voz de Jeffreys, cuya interpretación gana enteros respecto al pasado, recitando esos angustiosos textos que nos siguen hablando de derrota y desesperación como si nada hubiese cambiado en esos 14 años.


Un auténtico grupazo cuya innovadora propuesta descolocó a mucha gente, de ahí que pronto cayeran en el olvido. Sufrieron de lo mismo que todos los grupos fronterizos: demasiado experimentales para el metalhead convencional, y al mismo tiempo demasiado lentos y potentes para el oyente más progresivo, así que se quedaron entre dos mundos, sin ser aceptados ni por unos ni por otros. Aun así la calidad de su música es indudable y va ganando con el paso de los años, de ahí que los reivindiquemos en La Fam. Tan sólo dos discos les convierten en objeto de adoración para los amantes de la música arriesgada.

jueves, 2 de enero de 2014

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