miércoles, 29 de mayo de 2013

SCOTT WALKER: "Bish Bosch" (2012)

Una reseña escrita por Blackdecker.


Es una manera de entenderlo. La peste más intensa de la ciudad, que se introduce por tus narices hasta el fondo de tu tripa, a jugar con tu resistencia, con tu talante de tipo duro. Un sonido de machetes, unas ventosidades, la voz eterna, el concepto de ese "Jardín de las Delicias" de Hyeronimus Bosch en busca del sonido, el arriba y abajo de la tensión. El riesgo entendido como algo diario, como comerse un yogur apoyado en la nevera antes del catre. A partir de aquí, lo compras o no lo compras. Nadie te obliga. Abres la puerta a esta maldición por voluntad propia. Entonces, el día se apaga, se nos va la luz y arranca un invierno nuclear a base de lamentos y de confesiones dolorosas. De un amor espinoso que nunca va a tener descanso, que nunca encontrará a quien corresponda, el jodido ser querido. Nadie obliga a nadie, excepto las injusticias diarias que nos entran por todos lados, teléfono, internet, prensa. En el tiempo de los excesos, los artistas corresponden con engrudos como este "Bish Bosch", en el tiempo de la telebasura y del chismorreo, alguien debe lanzarse unos pedos y pretender que los olamos. Cuando la corrupción es palabra, alguien acaba con la pureza. Machetes, dientes que castañean, miedo líquido. Palabras gruesas, insultos y amenazas. Da igual el orden, cómo lo encajemos. Alguien debe hacerlo. El compromiso llega como un tren sin freno ni maquinista. Alguien quiere darle cuerpo a nuestras pesadillas para arrancarnos de la cama, de los brazos de esa pareja que tenemos tan vista, para lanzarnos a un infierno de cafeterías y gentes normales, aburridas por el espiral de las noticias iguales. Alguien tocará las maracas, que son calaveras vacías rellenas de bolitas de mala suerte. No hay un milímetro para la felicidad, eso lo tenemos claro. En caso contrario, ya saben, cuando alguien ríe demasiado y aquello se convierte en una mueca, Scott Walker al aparato.

lunes, 20 de mayo de 2013

DEATHPILE: "G.R."



Hay veces que da miedo pensar en las aberraciones más inmundas que se esconden en algunos sueños, en la depravación y la decadencia más extrema en la que puede caer el instinto humano, en toda la violencia, el rencor y el odio que puede llegar a anidar en un corazón. Deathpile, grupo clave en la escena del true crime electronics estadounidense junto a otros proyectos tan marginales como Taint, Slogun o Sickness, se encargan de canalizar todas estas terribles sensaciones y exorcizarlas a traves su arte. Un arte sucio, abyecto, retorcido, de difícil digestión, e incluso insoportable para la mayoría de personas. Pero para los aficionados de la música más extrema, peligrosa y salvaje, su discografía es algo así como un tesoro oculto. Dentro de la escena Power Electronics, Deathpile son quizás el grupo que más se aproxima a la “perfección”. Su sonido ejemplifica con absoluta fidelidad este estilo, ya que su propuesta, absolutamente ortodoxa y old-school, sigue el patrón marcado por los pioneros como Whitehouse, Ramleh o Sutcliffe Jügend, cumpliendo todos y cada uno de los cánones del género y ofreciendo exactamente lo que los oyentes andan buscando para satisfacer sus deseos más bajos y perversos. “G. R.” es el disco que cerró su fascinante discografía. Fue grabado en 2003 y gira en torno a los asesinatos que tuvieron lugar en la zona de Green River (Seattle) en los años 80, en uno de los capítulos más oscuros de la historia negra de los Estados Unidos. Las letras giran entorno a los pensamientos y sentimientos del asesino en serie Gary Ridgway, quien asesinó a más de 40 mujeres (la mayoría de ellas prostitutas), unas letras escritas en primera persona y que desgranan de manera espeluznante lo que se escondía en el interior de esta bestia humana, su soledad extrema, su alienación, su misoginia, su sufrimiento y su desamparo. La música es pura rabia y odio: murallas de ruido disonante, chirriante, electrificado y corrosivo al límite, aderezado con ciertos matices psicodélicos, una atmósfera de pesadilla y unas voces primitivas y salvajes que vomitan con una rabia descomunal una letras tan obscenas y desgarradoras que hacen dudar de la estabilidad mental de Jonathan Canady, el responsable de Deathpile. Banda sonora para las peores pesadillas, una auténtica masacre sonora que nos hace enfrentarnos cara a cara con las perversiones y los miedos más oscuros del alma humana.
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