Es una manera de entenderlo. La peste más intensa de la ciudad, que se introduce por tus narices hasta el fondo de tu tripa, a jugar con tu resistencia, con tu talante de tipo duro. Un sonido de machetes, unas ventosidades, la voz eterna, el concepto de ese "Jardín de las Delicias" de Hyeronimus Bosch en busca del sonido, el arriba y abajo de la tensión. El riesgo entendido como algo diario, como comerse un yogur apoyado en la nevera antes del catre. A partir de aquí, lo compras o no lo compras. Nadie te obliga. Abres la puerta a esta maldición por voluntad propia. Entonces, el día se apaga, se nos va la luz y arranca un invierno nuclear a base de lamentos y de confesiones dolorosas. De un amor espinoso que nunca va a tener descanso, que nunca encontrará a quien corresponda, el jodido ser querido. Nadie obliga a nadie, excepto las injusticias diarias que nos entran por todos lados, teléfono, internet, prensa. En el tiempo de los excesos, los artistas corresponden con engrudos como este "Bish Bosch", en el tiempo de la telebasura y del chismorreo, alguien debe lanzarse unos pedos y pretender que los olamos. Cuando la corrupción es palabra, alguien acaba con la pureza. Machetes, dientes que castañean, miedo líquido. Palabras gruesas, insultos y amenazas. Da igual el orden, cómo lo encajemos. Alguien debe hacerlo. El compromiso llega como un tren sin freno ni maquinista. Alguien quiere darle cuerpo a nuestras pesadillas para arrancarnos de la cama, de los brazos de esa pareja que tenemos tan vista, para lanzarnos a un infierno de cafeterías y gentes normales, aburridas por el espiral de las noticias iguales. Alguien tocará las maracas, que son calaveras vacías rellenas de bolitas de mala suerte. No hay un milímetro para la felicidad, eso lo tenemos claro. En caso contrario, ya saben, cuando alguien ríe demasiado y aquello se convierte en una mueca, Scott Walker al aparato.
miércoles, 29 de mayo de 2013
SCOTT WALKER: "Bish Bosch" (2012)
Una reseña escrita por Blackdecker.
Es una manera de entenderlo. La peste más intensa de la ciudad, que se introduce por tus narices hasta el fondo de tu tripa, a jugar con tu resistencia, con tu talante de tipo duro. Un sonido de machetes, unas ventosidades, la voz eterna, el concepto de ese "Jardín de las Delicias" de Hyeronimus Bosch en busca del sonido, el arriba y abajo de la tensión. El riesgo entendido como algo diario, como comerse un yogur apoyado en la nevera antes del catre. A partir de aquí, lo compras o no lo compras. Nadie te obliga. Abres la puerta a esta maldición por voluntad propia. Entonces, el día se apaga, se nos va la luz y arranca un invierno nuclear a base de lamentos y de confesiones dolorosas. De un amor espinoso que nunca va a tener descanso, que nunca encontrará a quien corresponda, el jodido ser querido. Nadie obliga a nadie, excepto las injusticias diarias que nos entran por todos lados, teléfono, internet, prensa. En el tiempo de los excesos, los artistas corresponden con engrudos como este "Bish Bosch", en el tiempo de la telebasura y del chismorreo, alguien debe lanzarse unos pedos y pretender que los olamos. Cuando la corrupción es palabra, alguien acaba con la pureza. Machetes, dientes que castañean, miedo líquido. Palabras gruesas, insultos y amenazas. Da igual el orden, cómo lo encajemos. Alguien debe hacerlo. El compromiso llega como un tren sin freno ni maquinista. Alguien quiere darle cuerpo a nuestras pesadillas para arrancarnos de la cama, de los brazos de esa pareja que tenemos tan vista, para lanzarnos a un infierno de cafeterías y gentes normales, aburridas por el espiral de las noticias iguales. Alguien tocará las maracas, que son calaveras vacías rellenas de bolitas de mala suerte. No hay un milímetro para la felicidad, eso lo tenemos claro. En caso contrario, ya saben, cuando alguien ríe demasiado y aquello se convierte en una mueca, Scott Walker al aparato.
Es una manera de entenderlo. La peste más intensa de la ciudad, que se introduce por tus narices hasta el fondo de tu tripa, a jugar con tu resistencia, con tu talante de tipo duro. Un sonido de machetes, unas ventosidades, la voz eterna, el concepto de ese "Jardín de las Delicias" de Hyeronimus Bosch en busca del sonido, el arriba y abajo de la tensión. El riesgo entendido como algo diario, como comerse un yogur apoyado en la nevera antes del catre. A partir de aquí, lo compras o no lo compras. Nadie te obliga. Abres la puerta a esta maldición por voluntad propia. Entonces, el día se apaga, se nos va la luz y arranca un invierno nuclear a base de lamentos y de confesiones dolorosas. De un amor espinoso que nunca va a tener descanso, que nunca encontrará a quien corresponda, el jodido ser querido. Nadie obliga a nadie, excepto las injusticias diarias que nos entran por todos lados, teléfono, internet, prensa. En el tiempo de los excesos, los artistas corresponden con engrudos como este "Bish Bosch", en el tiempo de la telebasura y del chismorreo, alguien debe lanzarse unos pedos y pretender que los olamos. Cuando la corrupción es palabra, alguien acaba con la pureza. Machetes, dientes que castañean, miedo líquido. Palabras gruesas, insultos y amenazas. Da igual el orden, cómo lo encajemos. Alguien debe hacerlo. El compromiso llega como un tren sin freno ni maquinista. Alguien quiere darle cuerpo a nuestras pesadillas para arrancarnos de la cama, de los brazos de esa pareja que tenemos tan vista, para lanzarnos a un infierno de cafeterías y gentes normales, aburridas por el espiral de las noticias iguales. Alguien tocará las maracas, que son calaveras vacías rellenas de bolitas de mala suerte. No hay un milímetro para la felicidad, eso lo tenemos claro. En caso contrario, ya saben, cuando alguien ríe demasiado y aquello se convierte en una mueca, Scott Walker al aparato.
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