jueves, 30 de abril de 2015

ADRIAN LYNE: La escalera de Jacob (Jacob's Ladder)



Jacob Singer, cartero y ex-veterano del Vietnam, no sabe si está vivo o muerto. Jacob vaga como un fantasma por las calles de Nueva York, sucias, decrépitas, llenas de basura, mientras el frío del invierno le atraviesa la ropa y le cala los huesos. Se pierde en laberínticas estaciones de metro mal iluminadas, repletas de vagabundos, de marginados, de la escoria de la sociedad. En su estado de alucinación permanente y de paranoia obsesiva, cree ver demonios que le persiguen y le acechan con la intención de acabar con él. Durante unas décimas de segundo, en la ventana de un tren que pasa, en el interior de un coche con el que se acaba de cruzar, en un reflejo en el espejo, en un perfil de un desconocido que se aleja, ve repentinamente rostros deformes retorcidos por el sufrimiento, cabezas agitándose espasmódicamente, bocas abiertas aullando de dolor. ¿Proyección de demonios interiores, delirios conspiranóicos, o acaso alguien le persigue de verdad? Y Jacob no sabe si está vivo o muerto. Sueña en su cuchitril neoyorquino, acompañado de su novia, una compañera de trabajo de la cual nunca terminó de fiarse y que le toma por loco. Sueña con su ex-esposa y con su hijo muerto, atropellado por un coche. Despierta, y no sabe cuál es el sueño y cuál es la realidad, si está durmiendo con Sara y soñando sobre Jezebel o si está durmiendo con Jezebel y soñando sobre Sara. Los recuerdos permanentes del Vietnam le obsesionan y le vienen a la cabeza una y otra vez: toda aquella violencia absurda y sin sentido, aquella carnicería obscena, aquella bayoneta que se le clava en el estómago, esa camilla y el helicóptero de rescate que se lo lleva por los aires. Y no sabe si está vivo o está muerto. Jacob atraviesa esa tenue linea entre razón y locura, y no sabe si la pesadilla es estar vivo o estar muerto. Tiran a Jacob de un coche en marcha, lo llevan al hospital y mientras va atravesando puertas tumbado en su camilla empujada por dos enfermeros anónimos, observa restos humanos mutilados en el suelo, sangre en las paredes, enfermos mentales en camisa de fuerza, gimiendo, gritando, llorando, y criaturas deformes que lo siguen con la mirada. Un cirujano, acompañado de la novia de Jacob, y un enfermero sin ojos le inyectan droga directo al cerebro. Jacob grita que está vivo, pero el cirujano le dice que si estuviera vivo no estaría allí, en ese infierno. Cuando Jacob despierta en la fría habitación de su apartamento tras un ataque de pánico e histeria que le duró toda la noche, su novia llora, y él no sabe si es peor la pesadilla del hospital o la de su casa. Y no sabe si está vivo o muerto. Jacob Singer ve cosas que los demás no ven. Se siente amenazado por unos demonios que sólo él ve. Se abren grietas inexplicables en su mundo cotidiano a través de las que asoman seres y formas que no reconoce. En una fiesta, abre la nevera y ve la cabeza de un animal muerto. Destapa la tela que cubre una jaula y ve un cuervo intentando escapar. Su novia baila con un demonio que la encula con placer y la revienta por la boca con su falo-cuerno. Jacob cae el suelo entre convulsiones. Al despertar, su novia le recrimina el espectáculo que dio. Esa sensación de no poder explicarle a nadie lo que siente por si lo toman por loco, esa soledad y alienación, van abocándolo a la desesperación. Y ahí está la escalera. La “escalera” es el nombre de la droga que les suministraron en Vietnam para retrotraerles a sus instintos más violentos y a los miedos más primitivos y así aumentar la agresividad durante el combate. Tal fue el nivel de violencia provocada en su pelotón que terminaron masacrándose entre ellos. Esa escalera es también la escalera por la que Jacob desciende cada día no a un infierno, sino a varios. Y es esa escalera por la que sube con su hijo muerto hacia una puerta iluminada que no sabe dónde le llevará. Mientras tanto, en una camilla de un hospital de guerra en Vietnam, Jacob Singer yace muerto.
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