sábado, 26 de octubre de 2013

KONSTANTIN LOPUSHANSKY: "Dead Man's Letters" (1986)

El género del cine post-apocalíptico floreció a ambos lados del telón de acero en la época de la guerra fría, siendo la visión norteamericana la que solía dominar y la que mayoritariamente ha llegado a nosotros (nos decían quienes eran los “buenos” y los “malos”). Por el lado ruso hubo propuestas interesantísimas como es esta obra de Konstantin Lopushansky, del que ya publicamos un artículo en La Fam hace un tiempo (http://famzine.blogspot.com.es/2012/01/konstantin-lopushansky-visitor-of.html ). “Dead Man's Letters” (“Cartas de un hombre muerto”, 1986) fue la primera película de este director ruso criminalmente olvidado en la historia del cine debido a motivos que a mí personalmente se me escapan, ya que es uno de los creadores más interesantes de las últimas décadas. “Dead Man's Letters” es una de las más destacadas obras del género post-apocalíptico ya no sólo por su plasmación a nivel estético sino por lo original de su propuesta narrativa: según Lopushansky, el fin de la raza humana quizás no se produzca debido a una confrontación entre dos superpoderes políticos y económicos y sus maquinarias abstractas. Quizás un error humano, el error de una sola persona, desencadene el holocausto final. Esta circunstancia convierte la extinción del hombre en algo mucho más trágico y absurdo todavía, incluso irrisorio si se piensa bien. Los misiles están a punto de despegar por un descuido, pero el responsable de la seguridad nuclear se olvida de anularlo ya que estaba tomando café. Los misiles despegan y la guerra nuclear comienza. Minutos después decide suicidarse ante el vértigo y el horror producido por la situación que ha creado. Así empieza el fin de la humanidad. Así de ridículo. Sin culpables. Sin inocentes. El ser humano ha jugado a ser omnipotente, a controlar el universo y su destino, pero la jugada le ha salido mal. Su orgullo y vanidad le han llevado demasiado lejos en esta paranóica competición tecnológica. “¡Ha sido una equivocación!”, es el trágico grito del protagonista.

En “Dead man's Letters”, el holocausto nuclear ha arrasado la tierra y prácticamente ha hecho desaparecer a la raza humana. Sus últimos miembros se ocultan en refugios subterráneos para escapar de la radiación, viviendo en un crepúsculo permanente iluminado por la mortecina luz de bombillas viejas. En la superficie, sólo transitable con trajes aislantes y máscaras, el aire es irrespirable y la tierra está cubierta por una permanente niebla tóxica que deja entrever edificios derruidos, ruinas, chatarra, basura y cadáveres. Esparcidos por aquí y por allá, gente que vive al margen de la ley, contrabandistas, timbas de juego ilegales, carroñeros, en fin, la miseria humana que florece en cualquier circunstancia, incluso en las más extremas. Un paisaje de pesadilla desolado y devastador a nivel visual y emocional, recreado con gran maestría por Lopushansky y su equipo de cámaras a través de un trabajo monocromático dominado por los tintes de color amarillo-sepia y los planos lentos y asfixiantes. Su enfoque es absolutamente realista y minucioso hasta el último detalle, pero el genio ruso le añade una dimensión onírica y alucinatoria, un áura poética que trasciende las fronteras del lenguaje meramente cinematográfico para así arañarnos el alma y llegar hasta recónditos espacios en nuestro interior. No en vano Lopushansky es discípulo del gran maestro Andrei Tarkovski, cuyas influencias se dejan notar en “Dead Man's Letters”.

Un grupo de personas está refugiado en el sótano de un museo, sumidos en la apatía y desesperación más absolutas, viendo cómo el tiempo va pasando sin ninguna esperanza en el futuro: saben que la raza humana tiene los días contados. Algunos de ellos optan por marcharse y buscar nuevos destinos, arriesgando su vida, otros por quedarse, mientras mueren afectados por la radiación, enloquecen o se suicidan, aunque todos ellos saben que están muertos en vida hagan lo que hagan. El científico Larsen le escribe una serie de cartas a su hijo pequeño desaparecido, cartas cuyo destinatario sabe que no es su hijo (sin duda muerto) sino las futuras generaciones, en el caso de que existan. Larsen sabe que él también tiene los días contados, de ahí que él mismo considere que sus cartas las escribe un hombre muerto. De muerto a muerto.


A pesar del pesimismo inherente a la obra de Lopushansky, el final de “Dead Man's Letters” deja un resquicio para la esperanza. Larsen muere, pero antes de eso le dice al grupo de niños que se había refugiado con él en el sótano del refugio que salgan y busquen nuevos destinos, a pesar del peligro que corren en la superficie. “Mientras el hombre camine, le seguirá quedando esperanza”, es el mensaje que nos deja, mientras en la desgarradora escena final (marca de la casa) vemos al grupo de niños caminando entre las ruinas, sufriendo para avanzar entre la violenta ventisca de nieve, humo y contaminación, pero sin dejar de caminar ni un sólo momento. Y caminarán hasta que se les agoten las fuerzas. El alegato anti-nuclear de Larsen y su esperanza en un mundo mejor, inmortalizado en sus cartas, resonará eternamente en la mente de estos niños, en los edificios abandonados y las calles vacías, y quién sabe, si algún superviviente encuentra sus cartas quizá le sirvan de ayuda para iniciar un nuevo mundo.  


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