Recuerdo cuando apareció el
primer disco de Confessor allá por 1991. Fue lanzado por un
sello al que seguía con mucho interés en aquella época,
Earache Records, cuya especialidad era la música más
extrema en el campo del death metal, el grindcore y la música
industrial. Confessor fue una conmoción para muchos de
nosotros por aquel entonces, ya que su sonido tenía muy poco
que ver con lo que Earache nos tenía acostumbrados, pero a
pesar de eso fue un auténtico descubrimiento: su sonido era
tan extremo como los de otros grupos de la misma discográfica
pero enfocado desde otra perspectiva, algo que abrió nuevos
horizontes para muchos, demostrándonos que el extremismo
sonoro podía ir acompañado de elegancia, estilo y
complejidad en su elaboración.
El sonido de su debut (“Condemned”)
partía de cierta raiz doom pero desde un ángulo muy
poco convencional, con un estilo propio e intransferible, mostrando a
unos músicos de un virtuosismo apabullante pero que no se
perdían en florituras preciosistas ni en pajas mentales sino
que nos ofrecían una música increíblemente
compleja y asfixiante, con unos riffs de base Sabbath / Trouble /
Melvins pero interpretados de manera retorcida, melodías
intrincadas, patrones sonoros rompe-neuronas, cambios de ritmos
constantes e imprevisibles. La doble sección de guitarras se
autoalimentaba y autodestruía a base de riffs y más
riffs disonantes y enrevesados (hay veces que no puedo creer que
pudieran memorizarlos) y un batería descomunal y absolutamente
infravalorado en su época, Steve Shelton, quien ejecutaba unos
esquemas rítmicos sincopados, matemáticos e innovadores
que podrían encajar perfectamente en un disco de Happy Family,
Ruins, Don Caballero o John Zorn. Por encima de este furioso y
caótico sonido sobrevolaba la aguda voz de Scott Jeffreys,
cuya fascinante interpretación atonal y para nada melódica
recitaba unos angustiosos textos alrededor de la soledad, al
aislamiento, el dolor y el miedo, en una serie de letras sencillas
pero que le servían de psico-drama y de liberación de
obsesiones y traumas. Es impresionante como la música de
Confessor acompañaba a la perfección el sentimiento de
desesperación y paranoia que describen sus letras. Imposible
aburrirse: las canciones (todas alrededor de los 4 minutos) están
tan trabajadas y hay tantísimo movimiento que requieren la
máxima atención del oyente para no perder detalle. Su
propuesta tan poco ortodoxa descolocó a mucha gente, y aunque
su sello intentó venderlos como “technical doom metal” la
cosa no coló, de ahí que el grupo se disolviera en 1993
casi en pleno anonimato. Eso sí, algunos no los olvidamos.
Tuvimos que esperar 14 años
hasta que Confessor se volvieron a reunir y grabaron su segundo álbum
(“Unraveled”) en 2005. Algunos dudaban si el grupo estaría
en forma y si podrían igualar la calidad de su legendario
debut, pero nuestros miedos pronto se disiparon ya que “Unraveled”
nos mostró a los Confessor de antaño pero con un sonido
perfeccionado, más maduro y sutil. Si ya nos habían
dejado boquiabiertos en 1991, la misma sensación se volvió
a producir en 2005. Las fascinantes piezas de este disco bajan un
peldaño en términos de complejidad (aunque lo siguen
siendo, y mucho) pero añaden un vibe ciertamente más
doom, con unos ecos más apreciables de Black Sabbath e incluso
de Alice in Chains, acentuando ese regusto tan oscuro y amargo que
siempre ha caracterizado a Confessor. El sonido de “Unraveled” es
uno de los aciertos del disco, ya que no es tan seco como el de
“Condemned” sino que ofrece más profundidad, más
color y más densidad, algo de lo que se benefician muchísimo
las canciones. Los riffs (siempre lentos o como mucho algun
mid-tempo) siguen manteniendo ese carácter tan enrevesado e
imprevisible, pero fluyen de manera más natural, creando
texturas sonoras repletas de matices, intensidad y melancolía,
al igual que la voz de Jeffreys, cuya interpretación gana
enteros respecto al pasado, recitando esos angustiosos textos que nos
siguen hablando de derrota y desesperación como si nada
hubiese cambiado en esos 14 años.
Un auténtico grupazo cuya
innovadora propuesta descolocó a mucha gente, de ahí
que pronto cayeran en el olvido. Sufrieron de lo mismo que todos los
grupos fronterizos: demasiado experimentales para el metalhead
convencional, y al mismo tiempo demasiado lentos y potentes para el
oyente más progresivo, así que se quedaron entre dos
mundos, sin ser aceptados ni por unos ni por otros. Aun así la
calidad de su música es indudable y va ganando con el paso de
los años, de ahí que los reivindiquemos en La Fam. Tan
sólo dos discos les convierten en objeto de adoración
para los amantes de la música arriesgada.