Putos Toadliquor. El santo grial del
sludge norteamericano junto a Eyehategod y Grief. Estos tres grupos
fueron la base del movimiento en la primera mitad de los 90,
partiendo del patrón dejado por Sabbath y los Melvins para
sumergirse en las profundidades de la alienación, la
misantropía y el rollo chungo en todas sus variantes. Es
difícil plasmar estas sensaciones en la música, pero el
sludge es un género que lo consiguió a la perfección:
un sonido deprimente, desagradable, supurante de rabia y mal rollo,
reflejo de la parte más oscura de nuestra sociedad, de todos
aquellos cuya existencia se ha visto superada por las circunstancias
y ya sólo aspiran a sobrevivir un día más
atrapados en un círculo asfixiante de soledad, abandono,
miedo, incertidumbre y podredumbre física y moral. El grito
obsceno de las mentes perturbadas y las almas torturadas, el alcohol
bebido en la soledad de la madrugada, la sensación de que ya
no le importas a nadie, puedes morir y mañana nadie te
recordará.
Mientras Eyehategod y Grief
sobrevivieron durante unos cuantos años y su discografía
fue aumentando, el caso de Toadliquor es diferente ya que sólo
grabaron un álbum (el mítico “Feel My Hate, The Power
Is The Weight” en 1993) y un ep para desaparecer sin más,
hasta que el sello Southern Lord les ofreció una más
que merecida re-edición del disco en 2003 (con algunos temas
extra), rebautizado como “The Hortator's Lament”.
Toadliquor no engañan a nadie,
van a lo que van, y al que no le guste, pues ya lo sabe. Guitarras
chirriantes nos azotan con lacerantes riffs de ácido sulfúrico
mientras suena un desagradable zumbido de fondo (supongo que es el
bajo) y la percusión quebrantahuesos avanza a paso de mamut
marcando los ritmos con parsimonia funeral. Los riffs son lentos y
aplastantes hasta la desesperación, con cierta tendencia al
caos y a la cacofonía, hay veces que esos tempos tan
terminales parece que vayan a derrumbarse y el grupo se vaya a sumir
en el ruido más absoluto pero de repente, no se sabe cómo,
vuelven a resurgir para continuar agonizando un poco más, eso
sí, reptando por las cloacas más sucias. Y esa voz, ese
grito desnudo y visceral, salido de las entrañas calientes de
un ser humano sumido en la miseria y la confusión. La voz se
convierte en un instrumento más al servicio de esta infernal
máquina de disonancia y feedback. Imposible entender lo que
dice, pero conforme grita imagino que no debe ser nada agradable. Un
ejercicio de exorcismo interior y comunicación primitiva más
allá del lenguaje.
Es preocupante saber que hay gente que
en su sótano o en el local de ensayo compone y graba esta
música. Y más preocupante es pensar que después
hay gente que lo escucha en sus casas. Cuánto vicio, cuánta
degeneración. Esto no tiene arreglo.