Putos Wizard. Lo han vuelto a lograr.
Cuando todo el mundo les daba por muertos una vez más, cuando
parecía que lo tenían todo en contra (problemas con las
discográficas, cambios de formación, ataques gratuitos por parte de
la prensa, acusaciones infundadas...) han vuelto a resurgir de esa
cripta húmeda y oscura en donde suelen refugiarse y desaparecer
durante años, la llamada “Cripta de Drugula”. Han vuelto con un
discazo bajo el brazo que los vuelve a situar como los auténticos
dueños de un género que ellos lideraron en los 90 junto a grupos
como Eyehategod, Sleep o los primeros Cathedral. Estaba claro que
tras un disco tan oscuro, nihilista y desesperanzador como fue “Time
to Die” (2014), no se podía seguir por el mismo camino y tocaba
reinventarse. Ya lo dijo Jus Oborn en una entrevista, donde comentaba
algo así como que después de “Time to Die” tenían que cambiar,
de lo contrario los únicos caminos posibles eran el suicidio o la
heroína. Así pues, Electric Wizard se recluyeron en lo mas profundo
de la Inglaterra rural y crearon este maravilloso “Wizard Bloody
Wizard”, grabado en sus propios estudios de grabación montados en
su propia casa para así poder crear sin límites de tiempo ni
imposiciones de discográficas o productores. Un sonido 100%
analógico, puro, rebosante de electricidad y adrenalina, en el que
cada instrumento brilla con su propia luz y deja espacio para que
suenen el resto de músicos. Jus Oborn y Liz Buckingham siguen
liderando el grupo, esta vez con una formación que ya parece
consolidada y que por primera vez en su historia tiene visos de
continuidad, con un batería como Simon Poole, que si bien no es el
batería más técnico sobre la tierra, cumple perfectamente su labor
de soportar el armazón rítmico que sostiene las canciones,
acompañado de Clayton Burgess al bajo, en mi opinión el mejor
bajista que han tenido desde la época de Tim Bagshaw, un fichaje que
le ha aportado al grupo la energía y empuje que necesitaban.
Seguramente sea su disco menos doom, el que menos ecos Sabbathianos
tiene (aunque la huella de Iommi y compañía sigue presente, por
supuesto), un disco que ya no es dominado por los ritmos lentísimos
y asfixiantes de sus trabajos clásicos (“Come my Fanatics” o
“Dopethrone”) sino que es un disco mucho más rockero, directo e
incluso accesible (dentro de lo poco accesibles que son un grupo como
Electric Wizard). Hay menos Sabbath pero en cambio hay más Stooges,
MC5, Blue Cheer, Alice Cooper o Ted Nugent. O sea, hard rock
super-ácido, riffs hipnóticos envueltos en atmósfera humeante de
marihuana, psicodelia densa y pesada, sonido Detroit macerado con
doom primigenio. Y esos riffs tan guarros, tan viciosos, tan
perversos y con tanta clase y chulería como siempre. En fin,
glorioso. Tocaba reinventarse, y lo han hecho. Partiendo de la base
del sonido Wizard, ese sello inconfundible, ese estilo que ellos
mismos crearon, han sabido evolucionar y transformarse para ofrecer
una nueva versión de Electric Wizard, más directa, más básica,
más primitiva, pero con la misma esencia peligrosa y misantrópica
que les ha caracterizado desde siempre. Wizard son un grupo anclado
en el tiempo, obsesionados por los sonidos del hard rock 60's y 70's
así como el doom metal de los 80, y una vez más se dedican a
recrear esos sonidos con la dedicación de un artesano, para así
ofrecernos una vuelta de tuerca más a ese sonido tan excitante que
sale por los altavoces cada vez que suena el puto Wizard. El disco se
abre con “See You in Hell”, auténtica declaración de
intenciones: “nos veremos en el infierno”. Es su aproximación
más explícita al blues, con esos riffs básicos, sencillos pero de
una pegada descomunal, un blues primitivo, electrizado, salvaje y
caníbal. La letra es de lo mas nihilista de su repertorio, por si
alguien pensaba que se habían suavizado con el tiempo: sentirse frío
y muerto por dentro, estar seguro de que no veremos el día de
mañana, vivir en un mundo sin esperanza en donde todos nuestros
sueños morirán y la única salida es el pinchazo de la jeringuilla
y lo que venga después... Le sigue “Necromania”, tema donde
Oborn y compañía dan rienda suelta a su pasión por el sonido
Detroit y los riffs ácidos y saturados de electricidad, con una
letra que combina su obsesión por el ocultismo, los ritos satánicos,
el sado-masoquismo y la muerte. “Hear the Sirens Scream” ofrece
un riff granítico, aplastante y demoledor, de aroma claramente
setentero, repitiéndose hasta hipnotizarnos mientras Oborn entona
con desprecio uno de esos himnos dedicados a los perdedores, a los
marginados sociales, a los parias, a la gente que se encuentra fuera
del sistema, estigmatizados por buscar unos placeres que son
perseguidos y castigados por la sociedad bienpensante: “somos la
noche, odiamos la luz, no tenemos futuro, estamos malditos, las
drogas son nuestra religión, la violencia es nuestro himno, matando
para ser libres, hasta que suenan las sirenas una vez más...” A
continuación llega una transición de ultratumba como es “The
Reaper”, un tema dominado por los sonidos drónicos de un órgano
en donde se nos describe la experiencia de un viaje ácido en el que
se ha ido demasiado lejos y en el que nos deslizamos peligrosamente
hacia el vacío, donde perdemos la conciencia, algo que quizá íbamos
buscando... “Wicked Caresses” es uno de esos temazos de Electric
Wizard de construcción y acabado perfecto, con unos riffs engrasados
a la perfección que muestran que aprendieron la
lección recibida de Black Sabbath: combinar riffs lentos y
agonizantes con melodías pegadizas y estribillos memorables. Un
tema de atmósfera profundamente macabra y riffs asesinos, en donde
aflora una vez más la obsesión de Oborn por las mujeres dominantes
y perversas, vampiresas, muertas resucitadas y obscenamente bellas
que someten a hombres que van en busca de vicios perversos y caricias
prohibidas, aceptando con deleite su propia perdición además de
todo tipo de humillaciones, vejaciones e incluso la muerte a manos de
estas dominatrix altivas e inaccesibles que alteran los sentidos y
provocan una adicción enfermiza y sin límites. El camino nos lleva
al final con “Mourning of the Magicians”, un tema de atmósfera
envuelta en la niebla inglesa, los riffs lisérgicos y el wah más
sucio y guarro que se pueda imaginar. Un tema en el que se conjuran
visiones de la familia Manson, de Jim Jones, de sectas ocultas en
granjas remotas donde los adeptos cantan sus canciones y se despiden
del mundo para irse al infierno, en donde Oborn pide que nos reunamos
con él y nos acerquemos para mostrarnos la verdad a todas aquellas
personas que la andamos buscando y no la hemos encontrado hasta
hora. “Esta es la oscuridad que siempre habéis estado buscando”.
domingo, 29 de abril de 2018
jueves, 25 de enero de 2018
METABOLIST "Hansten Klork" (1980)
La historia de Metabolist es uno de
esos casos desconcertantes en la historia del rock experimental de
las últimas décadas. Contemporáneos de otros grupos ingleses como
This Heat, The Pop Group, P.I.L. o Cabaret Voltaire, su música pasó
casi desapercibida en su momento e incluso hoy en día, en plena
época de internet, es difícil encontrar sus grabaciones o
información sobre ellos. Quizá contribuyera el hecho de que sólo
llegaron a grabar un disco y que no aceptaron trabajar con ningún
sello discográfico sino que se lo auto-editaron en su propio sello
(Drömm Records) y que hasta el momento no se ha reeditado (con la
excepción de una edición limitadísima en Japón), o sea que este
“Hansten Klork” es una obra que ha permanecido en la oscuridad y
sin el reconocimiento que sí han recibido los grupos mencionados
anteriormente. “Hansten Klork”, grabado en Londres en 1980, es
una verdadera obra maestra del rock de vanguardia, una explosiva
combinación de post-punk, krautrock, improvisación e incluso unas
gotas de Zeuhl. Metabolist trabajaron minuciosamente no sólo en la
composición de los temas que conforman el disco sino también en
todo el proceso de grabación, manipulación y mezcla de sonidos
realizando un trabajo en el estudio de grabación (que de hecho, era
su propio estudio) comparable al que This Heat o Art Bears estaban
haciendo también en aquellos años. Utilizaban los instrumentos
típicos del rock, pero decidieron tocarlos y manipularlos de las
formas más inverosímiles para así conseguir todo tipo de sonidos
absolutamente inesperados por el oyente además de incluir todo tipo
de sonidos considerados no-musicales (en esto imagino que seguían la
estela de Can y Faust). Además de ser unos musicazos con una
desbordante imaginación, hacían gala de un sentido del humor
retorcido, absurdo y surrealista, algo que se aprecia en esa letras
medio en inglés medio en idioma desconocido y en el empleo tan
desquiciante que hacían de las voces. “Curly Wall”, tema que
abre el disco, es toda una declaración de intenciones. En sus casi
10 minutos de duración nos ofrece ritmos motorik obsesivos (en el
puro estilo de Neu! o de Can), cambios de ritmo imprevisibles,
guitarras angulares y unas voces absolutamente demenciales e
intimidatorias que por momentos recuerdan a los experimentos de
Residents o a las voces operísticas kobaianas de Christian Vander en
Magma. “Alien on Sunday” es, como bien indica su nombre, una
auténtica marcianada sonora que se centra en los ritmos motorik a lo
Neu! y unas voces efectivamente de tipo absolutamente extraterrestre.
“King Quack” ralentiza los tiempos y el grupo se enzarza en un
serpenteante riff de bajo y batería acompañado por corrosivos
latigazos de guitarra y saxo y por esas inquietantes voces en un
idioma desconocido que perfectamente podían encajar en un disco de
Magma. “Hoi Hoi Hoi” es otro temazo que usa la repetición de
ritmos y las guitarras angulares para crear una siniestra e hipnótica
atmósfera sobre la que una voces al puro estilo Magma recitan unos
textos que perfectamente podían estar escritos en Kobaian. La
combinación es realmente impactante: ver a un grupo en plena época
del post-punk hacer apología de Magma y el Zeuhl es algo que debe
ser visto para poder creérselo (imagino que gran parte del público
en aquella época se sentiría bastante desconcertado en este
sentido). Temas como “Lights” y “Merchandise” nos muestran
otra faceta del grupo del grupo, que aprovecha para dar rienda suelta
a la improvisación y la creación de pasajes oníricos y
misteriosamente psicodélicos. El tema que cierra el album y que le
da título al disco (“Hansten Klork”) es otro ejercicio de
repetición minimalista, ritmos extraños, voces llegadas de otra
dimensión y sonidos de todo tipo integrados en el esqueleto de la
canción. En apenas 40 minutos termina el disco, dejándonos una
sensación de haber escuchado una música llegada de otro planeta, de
otra galaxia, una amalgama de estilos irreverente, provocadora, única
e irrepetible. Su único disco y un puñado de singles y cassettes
que editaron entre 1979 y 1981 son un legado importantísimo para la
historia del rock experimental que desde aquí queremos reivindicar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)