lunes, 17 de septiembre de 2012

EL CIELO NÚMERO 20



El Cielo Número 20 son un dúo de Castellón formado por Sergio Ibáñez y Javi Sanz, ex-miembros del seminal grupo Ebria Danza, mártires del romanticismo más exaltado de principios de los 90. Bajo el nombre de El Cielo Número 20 se han auto-editado un par de cd's, “Nada sueña” en 2008 y “Amanece sin ángeles” en 2010, moviéndose en las coordenadas del ambient-noise-experimental onírico y psicodélico, navegando en el mar de ruido y esbozando paisajes sonoros de chatarra y hierro oxidado. Recientemente nos reunimos con ellos en su trastero-local de ensayo para charlar sobre la belleza, el ruido, las psicofonías, el caos, el arte carnal, el amor, el miedo y la nada. He aquí un resumen de la conversación.

¿Cómo ha evolucionado vuestro sonido desde los tiempos de Ebria Danza hasta hoy en día?
Fundamentalmente El Cielo Número 20 es más electrónico (aunque Ebria Danza ya lo era en cierta forma ya que utilizábamos caja de ritmos y programaciones). Nuestro sonido actual también es más lineal, bordea el ambient en ocasiones, incluso el Power Electronics de alguna manera (aunque las guitarras y bajos siguen estando ahí). Nuestro enfoque es ahora también mucho más consciente que con Ebria Danza. Intentamos buscar modos de no hacer lo habitual en el rock y buscamos ser personales, algo que siempre hemos pretendido.

¿Sentís algún tipo de afinidad estilística con algún grupo del presente o el pasado?
Siempre nos ha fascinado la música electrónica de los 70, con ese ambiente que creaban y esa sonoridad de los sonidos cósmicos y espaciales, los sintetizadores extremos, así como su estética en general. En ese sentido hay grupos como Cluster que nos gustan mucho, así como la escena krautrock: Can, Neu! y toda esa caterva de grupos que nos parecen maravillosos. Últimamente también nos interesa mucho el Power Electronics y grupos como Throbbing Gristle o Whitehouse. Y además, lo de siempre: la Velvet, Sonic Youth, Suicide e incluso el post-rock de grupos como Tortoise o Mogwai.

En vuestros discos y en vuestra página web se aprecia una fascinación por la basura, la chatarra, la suciedad, los polígonos industriales, parajes abandonados, etc. ¿A qué se debe esto?
En todo residuo, en toda basura, en todo destrozo humano está detrás la gente, sus ideas, sueños, ilusiones, todo eso está ahí, es un extraño ejercicio recordatorio en parte nostálgico y hasta cierto punto enfermizo y de mal rollo. Es algo que fascina a mucha gente, las ruinas o los paisajes degradados tienen un carácter inquietante y misterioso. Hay polígonos industriales y zonas de extrarradio que tienen música, se pueden percibir sonoridades. Los cinturones industriales de las ciudades suenan a música ambient, esa decadencia de la sociedad industrial en este último siglo es algo que nos ha influido a todos los que hacemos este tipo de música.

Vuestra música tiene un cierto componente onírico, visual, casi cinematográfico. ¿Hay algún cineasta que haya influido en vuestro trabajo?
Está claro que el cine es algo que influye a cualquier persona dedicada al arte, lo vemos como algo natural. David Lynch es maravilloso, el cine italiano (Fellini, Antonioni), David Cronenberg y muchos otros han sido una influencia directa en nuestra música. Hay películas que nos marcaron en su momento, como “El corazón del ángel” de Alan Parker o “Hellraiser” de Clive Barker.

¿El ruido es arte?
Por supuesto, sin discusión alguna. Cuando empezamos a tocar hace muchos años nos quedamos extasiados ante lo que se podía hacer con una guitarra eléctrica y sus sonidos, con el sonido en sí, con la electricidad sonora, es algo maravilloso. Para nosotros el ruido es la base: antes de la melodía hay ruido, el ruido es algo que nos rodea constantemente, es algo hiper-real, es la realidad misma. El concepto de ruido es algo indefinido, ambiguo, tiene muchas connotaciones, es algo no claro, no definido, y la ambigüedad y falta de claridad es algo que nos excita muchísimo.

¿La belleza es nazi?
La belleza en sí misma es nazi. La belleza no te permite elegir, es algo que te subyuga, algo que en cierto modo busca todo el mundo, es una imposición que en cierta manera te puede privar de la libertad. El que recibe su dosis de belleza puede quedar anonadado, puede cometer locuras, la belleza que uno siente estéticamente y también en su propio cuerpo es algo que te podría lanzar a hacer cualquier cosa sin pensártelo dos veces.

¿Qué historia se esconde detrás de vuestra canción “En la rambla matadero”?
La rambla vora riu es un lugar en las afueras de Castellón donde a veces iba a jugar de pequeño. Hace un tiempo volví por allí y ese lugar me trajo sensaciones de mi niñez, tuve una extraña sensación de nostalgia y de encontrarme con algo que hacía tiempo no encontraba. Por otro lado está la historia de un asesino de Castellón llamado Joaquín Ferrándiz, que dejó algunas de sus víctimas en aquella zona. Todo eso se nos tradujo en la cabeza y nos dio un chispazo, un relámpago interior, y de ahí salió la letra, que podía ser una historia basada en los restos de los pensamientos de un asesino en el trasfondo de un sitio de juegos infantiles. Además es un paraje bastante degradado en las afueras de la ciudad, rebosante de suciedad, con unas torres de luz eléctricas donde se oyen ruidos maravillosos y sonoridades que intentamos reproducir en la canción.

¿Y qué hay detrás de otra de vuestras piezas como es “Al mar de ruido”?
“Al mar de ruido” sería como una declaración de intenciones para expresar que la belleza es lo que nos mueve a todos. Es también la declaración de nuestras intenciones vitales, de intentar encontrar la belleza de la manera que nos parece más correcta, de expresar nuestra visión de la vida, el caos que es la existencia en sí, la belleza que es la vida más alocada, con todo lo horrible y lo bello que contiene a la vez, con ese punto de inquietud emocional que siempre baña un poco todo lo experimental y lo que se aparta un poco de los cánones más habituales del arte, aunque nosotros no somos artistas, si acaso somos ruidistas.

Durante estos años que lleváis con El Cielo Número 20 no habéis hecho conciertos, así que la gente sólo puede contactar con vosotros a través de la red. ¿Qué tipo de relaciones virtuales habéis establecido en este tiempo?
No nos interesan las redes sociales en sí, pero empezamos con el myspace hace unos 4 o 5 años ya que una gente de México, como Edgar Torres (del grupo Visor) o Jacobo Antártida (con su sello discográfico Antártida Records) en cierta manera nos animaron a hacerlo y ha sido una manera de ofrecer nuestra música de manera sencilla a las personas interesadas en ella. A través de la red también hemos contactado con otras personas como por ejemplo tu fanzine La Fam y con un proyecto de Valencia llamado Alozeau, cuya propuesta en el género del ambient es sencillamente magistral.

¿Qué encontraremos cuando lleguemos a ese cielo número 20?
El nombre del grupo está influido por la numerología: el número 20 significa cambio, algo que queríamos expresar al iniciar un nuevo proyecto distinto al de Ebria Danza. ¿Y qué encontraremos cuando lleguemos allí? Ruido, obsesión, transexualidad, la nada...

¿Algo más que quieras añadir?
Tu labor crítica es excepcional, y La Fam es un fanzine muy recomendable para mentes inquietas y no tan inquietas. Esperemos que continúes con tu fanzine ya que hay que seguir haciendo lo que a uno le gusta.

Podéis escuchar este maravilloso estruendo aquí


martes, 4 de septiembre de 2012

COMBAT SHOCK (Buddy Giovinazzo, 1986)


Combat Shock, el debut de Buddy Giovinazzo en 1986, es una de las películas más angustiosas y deprimentes de la historia del cine. Tomando como base a Taxi Driver, a Stroszek y a Eraserhead pero llevándolo al límite, a un callejón sin salida donde sólo hay lugar para el asco y la abyección.
Combat Shock es un producto de la factoría Troma, pero tiene poca relación con las producciones de esta compañía (cuya marca de la casa es el gore más low budget y descerebrado) ya que es una película con un enfoque más bien realista-documental, con una fotografía muy cruda (aunque con algunas pinceladas de atmósfera de pesadilla y delirio psicótico), sin el más mínimo espacio para el humor o las bromas macabras. Un trabajo que, a diferencia de la mayoría de productos Troma, es algo para tomarse muy en serio y que sin duda borrará la risita estúpida de la cara a más de uno y a más de dos. Una película que hace sentirse realmente mal al espectador, ya que la angustia y la desesperación que transmite es tan real que nos hace revolvernos incómodos en el asiento y sentir emociones realmente inquietantes y desagradables. El clímax de la película, absolutamente devastador en su violencia y nihilismo desesperanzador, es una de las experiencias cinematográficas más viscerales y desasosegantes que se recuerdan.

Combat Shock nos muestra un día en la vida de Frankie Dunlan, ciudadano americano de clase baja. Un día en el que observamos su proceso de deterioro físico y mental, su descenso al escalón más bajo en la condición humana. Un día en el que verá cómo se le cierran, una detrás de otra, todas las puertas, todas las opciones, todo atisbo de esperanza. Uno a uno van desmoronándose todos los posibles puntos de apoyo: familia, amigos, esposa, oficina del paro. A su alrededor, la indiferencia más absoluta. Ante sus narices, el futuro escupiéndole en su puta cara. Un día en el que la desesperación le invade hasta el más recóndito de sus nervios, cuando notará esa soledad y ese asco aplastante que oprime las tripas, esa angustia que es como una mano alrededor del cuello esperando a estrangularle. Un día, el último día de su vida, cosa que él no sabe, aunque intuye. Ex-veterano de la guerra de Vietnam, ha regresado a Nueva York con una carga insoportable de secuelas físicas, morales y psicológicas tras haber conocido la brutalidad, las atrocidades y las torturas tanto en su propio bando como en el bando enemigo. Perseguido por pesadillas, recuerdos y obsesiones que le torturan hasta la extenuación (“Vuelvo allí cada noche”, nos dice Frankie). Sin empleo, endeudado, viviendo en un piso miserable que no puede pagar y del que lo van a echar, con su mujer desbordada por la situación y su hijo deforme (debido al efecto de las armas químicas), Frankie vaga por los suburbios de Nueva York en busca de ayuda, atravesando calles vacías repletas de basura, estaciones de tren decrépitas, casas abandonadas donde agonizan yonkis, delincuentes, prostitutas, proxenetas, camellos y mafiosos, conformando un apocalíptico escenario de pesadilla urbana y nihilismo ultra-salvaje. Un paisaje urbano degradado y sucio, reflejo del infierno interior y el caos mental de Frankie. La cara oculta de la civilización, todo aquello que los ciudadanos bienpensantes no quieren creer que exista, el horror cotidiano e inevitable en el que viven sumidas millones de personas. Como un perro apaleado y después abandonado, como ese perro que Frankie ve en la calle comiéndose un pedazo de carne, cuando el hambre domina todos sus pensamientos y sólo le queda rebuscar en los contenedores de basura en busca de comida. El campo de batalla simplemente ha cambiado de escenario: la experiencia de volver a Nueva York y empezar una nueva vida es incluso más complicada y desagradable que la de estar preso en una jaula llena de insectos en Vietnam. En la guerra de Frankie sólo hay lugar para la derrota: las medallas y condecoraciones han sido para los otros, para la gente que triunfa en la vida. Esos que son siempre tan optimistas y que confían en el futuro. La guerra de Frankie continúa en su interior, agitándose con violencia entre las paredes de su craneo. Y no terminará nunca.


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