Según la Iglesia, la zoofilia es
el peor pecado que puede cometerse. Según ellos, representa la
peor perversión posible ya que atenta contra la perfección
del ser humano, que fue creado a imagen y semejanza de dios. “La
Bestia” es una película que trata este tema polémico
y tabú de una forma absolutamente surrealista y provocadora.
Walerian
Borowczyk dirigió su obra maestra, “La
Bestia”, en 1975, y gracias a ella se convirtió en un
director de culto a la altura de Jesús Franco, Jean Rollin o
Tinto Brass, maestros del eurotrash, la fantasía kitsch y
surrealista, el esperpento, el softcore cutre y casposo y las
aberraciones mentales y cinematográficas más
desquiciadas. Borowczyk
fue evolucionando hacia terrenos del softcore más tradicional
e inofensivo a lo largo de su irregular trayectoria, pero con esta
película dejó huella en el panorama del cine bizarro y
marginal.
Desde
luego que esta obra no dejará indiferente a nadie: es más,
la primera vez que la vi no daba crédito a lo que veía,
no podía asimilar que algo tan demencial estuviese pasando
delante de mis ojos y a medida que la cosa iba in crescendo me
quedaba con la boca más y más abierta. Es esa sensación
tan especial de que estás viendo algo muy grande, algo
importante en la historia del cine, algo que obviamente no es del
gusto de todos los públicos pero que realmente tiene una serie
de elementos que lo hacen diferente: una obra de culto, en
definitiva.
El
inicio de la película ya es ciertamente impactante y nos avisa
de que lo que vamos a ver no será de fácil digestión:
vemos con todo lujo de detalle a un caballo y una yegua apareándose
mientras que Maturin, el heredero tarado de la familia L'Esperance,
los observa fascinado en las caballerizas de su mansión. La
brutalidad y fuerza del sexo animal ya queda patente desde los
primeros minutos de la película, aunque no nos puede hacer
imaginar lo que veremos al final de la obra, en pleno delirio
pornográfico-surrealista.
El
clima decadente, perverso y depravado de la película queda
claro desde el inicio y se acentúa conforme pasan los minutos:
los personajes, aislados en su mansión, casi arruinados (de
hecho quieren casar a Maturin con la bellísima y millonaria
Lucy), viven atrapados por un pasado oscuro y ahogados en sus propios
vicios. Y esto es uno de los factores que hacen que “La Bestia”
sea una obra tan especial: lo que podría haber sido un
intragable bodrio pseudo-erótico, es elevado a la altura de
arte por el buen hacer de la cámara de Borowczyk,
quien trabajó a conciencia en la fotografía y la
atmósfera (entre amateur y sofisticada) de la película
para transgredir las convenciones de un genero tan proclive a los
sub-productos intragables. Y al mismo tiempo la película no
está exenta de crítica social ya que la imagen
proyectada tanto de las clases altas como la de los miembros de la
Iglesia que también acuden a la mansión de los
Esperance les deja en bastante mala posición: ellos tampoco
escapan del vicio, la corrupción, la hipocresía, la
doble moral y la degeneración.
En
“La Bestia”, los sueños y alucinaciones de la ingenua e
inocente Lucy (interpretada por Lisbeth Hummel), influidos por su
sexualidad reprimida y su lujuria latente, combinada con su obsesión
por Romilda (alrededor de la cual gira la leyenda de que fue violada
por una monstuosa bestia en la profundidad de los bosques de la casa
que Lucy está visitando para casarse con Maturin, el hijo de
Romilda), dan lugar a una orgía cinematográfica de
dimensiones demenciales. La parte final de la película, donde
Borowczyk
se recrea en el encuentro sexual entre la bestia y Romilda
(espectacular Sirpa Lane, menudo papelón le endosaron, supongo
que cuando leyó el guión no era consciente de dónde
se estaba metiendo), es uno de los momentos más impactantes y
escandalosos de la historia del cine underground. Esa combinación
de sexo desaforado, zoofilia (la preciosa Romilda violada por esa
repugnante bestia mitad oso y mitad lobo y disfrutando de ello),
copiosas eyaculaciones intercaladas con preciosos fotogramas de
bosques (enfocando el acto sexual como una experiencia panteista en
la que los cuerpos y los líquidos corporales se funden con la
naturaleza, con los troncos de los árboles y con las hojas
muertas), elementos surrealistas (un caracol deslizándose por
la superficie de un zapato) y un toque ciertamente “arty” aparta
a Borowczyk
del montón de películas prescindibles del softcore de
la época y convierte a “La Bestia” en una experiencia
cinematográfica salvaje, confrontacional y loca, muy loca,
loquísima.
Pervirtiendo
una fábula mitológica como la de “La bella y la
bestia” y sus dobles lecturas en clave sexual, llevando el género
erótico al límite, jugando con las convenciones del
género y rompiendo todo tipo de tabús con un sentido
del humor absolutamente desquiciado y corrosivo, Walerian
Borowczyk nos ofreció aquí su obra cumbre y, al igual
que otros exploradores cinematográficos a los que tanto
admiramos en La Fam, nos ofreció una serie de imágenes
y sensaciones imposibles de borrar de nuestra retina.