El género del cine
post-apocalíptico floreció a ambos lados del telón
de acero en la época de la guerra fría, siendo la
visión norteamericana la que solía dominar y la que
mayoritariamente ha llegado a nosotros (nos decían quienes
eran los “buenos” y los “malos”). Por el lado ruso hubo
propuestas interesantísimas como es esta obra de Konstantin
Lopushansky, del que ya publicamos un artículo en La Fam hace
un tiempo
(http://famzine.blogspot.com.es/2012/01/konstantin-lopushansky-visitor-of.html
). “Dead Man's Letters” (“Cartas de un hombre muerto”, 1986)
fue la primera película de este director ruso criminalmente
olvidado en la historia del cine debido a motivos que a mí
personalmente se me escapan, ya que es uno de los creadores más
interesantes de las últimas décadas. “Dead Man's
Letters” es una de las más destacadas obras del género
post-apocalíptico ya no sólo por su plasmación a
nivel estético sino por lo original de su propuesta narrativa:
según Lopushansky, el fin de la raza humana quizás no
se produzca debido a una confrontación entre dos superpoderes
políticos y económicos y sus maquinarias abstractas.
Quizás un error humano, el error de una sola persona,
desencadene el holocausto final. Esta circunstancia convierte la
extinción del hombre en algo mucho más trágico y
absurdo todavía, incluso irrisorio si se piensa bien. Los
misiles están a punto de despegar por un descuido, pero el
responsable de la seguridad nuclear se olvida de anularlo ya que
estaba tomando café. Los misiles despegan y la guerra nuclear
comienza. Minutos después decide suicidarse ante el vértigo
y el horror producido por la situación que ha creado. Así
empieza el fin de la humanidad. Así de ridículo. Sin
culpables. Sin inocentes. El ser humano ha jugado a ser omnipotente,
a controlar el universo y su destino, pero la jugada le ha salido
mal. Su orgullo y vanidad le han llevado demasiado lejos en esta
paranóica competición tecnológica. “¡Ha
sido una equivocación!”, es el trágico grito del
protagonista.
En “Dead man's Letters”, el
holocausto nuclear ha arrasado la tierra y prácticamente ha
hecho desaparecer a la raza humana. Sus últimos miembros se
ocultan en refugios subterráneos para escapar de la radiación,
viviendo en un crepúsculo permanente iluminado por la
mortecina luz de bombillas viejas. En la superficie, sólo
transitable con trajes aislantes y máscaras, el aire es
irrespirable y la tierra está cubierta por una permanente
niebla tóxica que deja entrever edificios derruidos, ruinas,
chatarra, basura y cadáveres. Esparcidos por aquí y por
allá, gente que vive al margen de la ley, contrabandistas,
timbas de juego ilegales, carroñeros, en fin, la miseria
humana que florece en cualquier circunstancia, incluso en las más
extremas. Un paisaje de pesadilla desolado y devastador a nivel
visual y emocional, recreado con gran maestría por Lopushansky
y su equipo de cámaras a través de un trabajo
monocromático dominado por los tintes de color amarillo-sepia
y los planos lentos y asfixiantes. Su enfoque es absolutamente
realista y minucioso hasta el último detalle, pero el genio
ruso le añade una dimensión onírica y
alucinatoria, un áura poética que trasciende las
fronteras del lenguaje meramente cinematográfico para así
arañarnos el alma y llegar hasta recónditos espacios en
nuestro interior. No en vano Lopushansky es discípulo del gran
maestro Andrei Tarkovski, cuyas influencias se dejan notar en “Dead
Man's Letters”.
Un grupo de personas está
refugiado en el sótano de un museo, sumidos en la apatía
y desesperación más absolutas, viendo cómo el
tiempo va pasando sin ninguna esperanza en el futuro: saben que la
raza humana tiene los días contados. Algunos de ellos optan
por marcharse y buscar nuevos destinos, arriesgando su vida, otros
por quedarse, mientras mueren afectados por la radiación,
enloquecen o se suicidan, aunque todos ellos saben que están
muertos en vida hagan lo que hagan. El científico Larsen le
escribe una serie de cartas a su hijo pequeño desaparecido,
cartas cuyo destinatario sabe que no es su hijo (sin duda muerto)
sino las futuras generaciones, en el caso de que existan. Larsen sabe
que él también tiene los días contados, de ahí
que él mismo considere que sus cartas las escribe un hombre
muerto. De muerto a muerto.
A pesar del pesimismo inherente a la
obra de Lopushansky, el final de “Dead Man's Letters” deja un
resquicio para la esperanza. Larsen muere, pero antes de eso le dice
al grupo de niños que se había refugiado con él
en el sótano del refugio que salgan y busquen nuevos destinos,
a pesar del peligro que corren en la superficie. “Mientras el
hombre camine, le seguirá quedando esperanza”, es el mensaje
que nos deja, mientras en la desgarradora escena final (marca de la
casa) vemos al grupo de niños caminando entre las ruinas,
sufriendo para avanzar entre la violenta ventisca de nieve, humo y
contaminación, pero sin dejar de caminar ni un sólo
momento. Y caminarán hasta que se les agoten las fuerzas. El
alegato anti-nuclear de Larsen y su esperanza en un mundo mejor,
inmortalizado en sus cartas, resonará eternamente en la mente
de estos niños, en los edificios abandonados y las calles
vacías, y quién sabe, si algún superviviente
encuentra sus cartas quizá le sirvan de ayuda para iniciar un
nuevo mundo.