martes, 21 de noviembre de 2017

PIOTR SZULKIN: "Golem" (1979)



Rusia y los países del bloque soviético han sido para mí los maestros de la ciencia ficción y la distopía en el cine, especialmente en los años 70 y 80. Puede que influídos por la realidad socio-política en la que vivían, o quizás por esos imponentes bloques de cemento, acero y cristal que dominaban sus ciudades, o por las enormes fábricas y naves industriales, el frío y los cielos grises y plomizos, el caso es que la atmósfera y la tensión de las películas de directores como Andrei Tarkovski o Konstantin Lopushanski nunca serán superadas, por muchos efectos especiales o animaciones por ordenador que se utilicen hoy en día. El polaco Piotr Szulkin fue otro de los grandes nombres que Europa del Este ofreció al género de la distopía gracias a una espectacular filmografía en la que destaca esta, su primera película, filmada en 1979 y titulada “Golem”. Basada en la novela homónima de Gustav Meyrink, pero con influencias de “El Proceso” de Kafka, “1984” de Orwell y la estética post-apocalíptica de Tarkovski, esta película nos muestra un estremecedor retrato de una sociedad totalmente deshumanizada en la que un régimen totalitario (imagino que Szulkin estaba bastante condicionado por la situación de su Polonia natal en aquellos tiempos) que somete a la población a través de la omnipresente propaganda televisiva (para Szulkin, la televisión era uno de los grandes males de la modernidad) y que se dedica de manera clandestina a crear nuevos seres humanos en sus laboratorios (a la manera del Golem) con la intención de “mejorar” la raza humana y con los ojos puestos en la amenaza de la bomba atómica y la exterminación total. El protagonista, Pernat, es fruto de uno de estos experimentos, un engendro que ha servido para reemplazar al Pernat “real” por no se sabe qué motivos, pero que a diferencia del golem de Meyrink (que no tenía voluntad propia y actuaba de manera básica e impulsiva), tiene una característica que lo vuelve especial: su bondad. A pesar de vivir inmerso en la pobreza y la miseria más absolutas, Pernat ayuda a sus semejantes y actúa guiado por su corazón inocente y puro. Pernat vaga por las calles oscuras, llenas de charcos y basura, de una ciudad anónima, malviviendo en su decrépita finca rodeado de degenerados, locos, iluminados, prostitutas y marginados sociales, mientras trabaja tiritando de frío en su habitación grabando en placas de bronce la figura del ahorcado del tarot. A pesar de no recordar casi nada de su pasado, su naturaleza le inclina a ayudar a sus semejantes, y esto lo convierte en una amenaza para las autoridades, ya que su compasión por los demás le hace ser diferente de la masa uniformizada y resignada, le hace más “humano” que la mayoría de humanos que le rodean. Así pues, el gobierno lo espía, lo somete a interrogatorios brutales, lo acusa de crímenes que él no recuerda haber cometido y le hace pasar por interminables trámites burocráticos con la intención de desestabilizarlo. Película filmada en un tono sepia / naranja / ocre (que nos remite por momentos al “Stalker” de Tarkovski), sus colores, la atmósfera opresiva y febril, los decorados y ambientes decrépitos y ruinosos, el uso obsesivo de la música y unas interpretaciones escalofriantes de sus protagonistas, la convierten en una de esas “experiencias” que van más allá del cine y nos sumergen en un mundo desolado y poético al mismo tiempo. El surrealismo, que tan arraigado estaba en estos países (como ocurría también en las obras de otro maestro polaco como es Walerian Borowczyk o del checo Jan Svankmajer) hace su presencia de manera sutil (esas decenas de ventanas de la finca que se abren y cierran al mismo tiempo, esas semillas que caen en la mano de Pernat, ese diálogo entre el ciego, su hermano y la prostituta, esa tienda de reparación de muñecas rotas, esa banda de música que no acierta en sus ensayos) y contribuye a aumentar el tono onírico y la sensación de desasosiego que predomina en la película. El descorazonador final de la película, a pesar de estar filmado en Polonia en 1979, refleja perfectamente la situación que vivimos en los países democráticos en 2017: las pantallas de televisión (que controlan y dirigen el pensamiento de la gente) vomitan las imágenes de un político (cuyo físico es idéntico al de Pernat y sostiene en la mano la misma placa de identificación que aquel: GZ-565) vociferando con pasión su discurso tranquilizador para las masas, asegurando que no hay experimentos de creación de humanos y recordándonos nuestra obligación de no pensar y ser felices, ya que estamos en buenas manos y ellos cuidan de nosotros. Como ahora más o menos.
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