lunes, 16 de febrero de 2009

Fernalia: Eroaleak



“Eroaleak” es el debut discográfico de Fernalia, un dúo de Azpeitia (Gipuzkoa) cuyos miembros militaron en bandas clave de la escena euskaldún más arriesgada como Akauzazte o Autoa.
Fernalia es un grupo de raigambre industrial pero que, a diferencia de otros grupos del mismo género, no renuncia a la melodía. Su dinámica se basa en la tensión producida por el choque entre melodía y brutalidad, belleza y violencia, silencio y ruido, elementos que son una de las constantes de este “Eroaleak”.
Grabado en 2008 en el Matadero de Azkoitia, el disco combina sonidos graves, densos, crepitantes y estruendosos con guitarras corrosivas, afiladas y cortantes como un bisturí desgarrando tejido nervioso. La omnipresente caja de ritmos (heredera de Godflesh y Big Black) suena cruda, fría e inmisericorde, como un despiadado yunque que martillea nuestros sentidos con precisión metronómica. Los también vascos Gutural intentaron algo similar en los años 90 en su mítica demo “Visionario”, con admirable resultado, aunque su enfoque daba prioridad a la fuerza bruta en detrimento de la melodía, un aspecto que, por el contrario, no descuida Fernalia.
Abre el disco “Ekaitza badoa”: con este tema la maquinaria metálico-ruidista se pone en funcionamiento haciendo rodar la precisa estructura mecánica sobre un espeso manto de guitarras discordantes. A través de los resquicios del robusto muro sónico se asoma una voz frágil y quebradiza cuyas delicadas inflexiones recuerdan al Justin Broadrick más shoegazer que conocimos en Jesu.
Los beats dislocados de “Iragarki laburrak” conforman un nucleo correoso, retorcido y espasmódico cual nido de serpientes. Lo que en un principio parecía un infecto amasijo de ruido nos conduce por sorpresa a un tenso pasaje de misteriosa beldad elaborado a base de guitarras limpias y cristalinas (similares a Slint o Tarentel) para después volver al lugar de salida y culminar en plena explosión de distorsión, estructuras angulares y ritmo sincopado.
Algo similar ocurre en “Zena”: los riffs lentos, monolíticos y asfixiantes (una especie de apocalíptico stoner-industrial) desembocan en un espejismo sonoro de belleza glacial en el que otra vez las guitarras ejecutan en solitario hermosos desarrollos armónicos sostenidos. La opresiva atmósfera del inicio contrasta con la etérea y esperanzadora luminosidad que se plantea en la segunda mitad del tema.
“Autolobotomia” escupe de inicio fuego y electricidad. Sus ritmos lacerantes y obsesivos se van metamorfoseando hasta llegar a un final amenazante, onírico e irreal, ofreciendo otra muestra del carácter dinámico de estas composiciones.
“Morsen diozut” es una cacofónica orgía de beats convulsos y guitarras que aúllan y chirrían. El final, inmenso, es una andanada aplastante de olas deformes de feedback y ruido mientras buceamos en un pozo de alquitrán caliente y viscoso.
La incesante pulsión rítmica de “Alegoritmoa” sirve de base a unas texturas sonoras que planean con aire melancólico en vuelo onírico sobre un agujero negro de ruido. Guitarras y teclados serpentean sinuosamente y se entrelazan en pleno vuelo mientras latigazos eléctricos fustigan armonías de extraña hermosura y belleza extática.
Así, al igual que ciertos elementos son conductores de electricidad o calor (“Eroaleak”), estas composiciones transmiten su energía y vibración mientras forman un bucle infinito de retroalimentación eléctrica y emocional que une polos opuestos y sensaciones encontradas ad infinitum, mientras nuestros sentidos náufragos navegan en un océano de hierros oxidados, vigas deformadas, bidones herrumbrosos, alambre de espino y barriles de gasolina ardiendo.

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