lunes, 30 de noviembre de 2009

Black Flag: "My War"




Cuando un grupo encuentra una fórmula con la que se siente cómodo y la gente responde, la mayoría deciden seguir esa misma onda, intentando sacar el máximo provecho al asunto. Básicamente estos grupos se acomodan, volviéndose mediocres y cobardes al cabo de poco tiempo. No hay problema, es una opción respetable. En cambio, hay grupos valientes que deciden tomar nuevos caminos, a pesar de que saben que su público antiguo seguramente les acusará de vendidos y traidores y de que tendrán que pasarse mucho tiempo justificando su decisión y aguantando críticas negativas. El caso de Black Flag es uno de esos ejemplos de un grupo que decide no adherirse a ninguna norma y darle un giro estilístico radical a su obra, algo que causó una tremenda polémica e hizo que muchos de sus fans le diesen la espalda el grupo, unos por no entender su propuesta y otros porque consideraban que habían traicionado la base de su sonido al abandonar las raíces del hardcore más auténtico.

Tal polémica se inició en 1984, cuando Black Flag editaron su segundo álbum, “My war”. En aquella época eran uno de los puntales del hardcore americano, un grupo admirado y respetado, con una creciente base de seguidores. La mayoría de ellos esperaban la continuación de su clásico debut, “Damaged”, pero la sorpresa que se llevaron fue tremenda. En vez de seguir las coordenadas de su primer disco, Black Flag optaron por darle un giro considerable a su música, ya que pensaban que se estaban volviendo predecibles y no querían acomodarse en su éxito.
“My war” es un disco que combina la violencia y mala hostia de “Damaged” pero le añade ecos de Black Sabbath y los Stooges, mezclando el hardcore con el punk y el metal (algo inaudito en aquellos años) con predominio de frecuencias graves, rimos lentos y letras muy cargadas emocionalmente, girando alrededor de conceptos como odio, frustración, ansiedad, paranoia, alienación, fracaso, rechazo y relaciones personales nocivas. En una época en la que la mayoría de grupos hardcore querían tocar canciones rápidas con letras comprometidas a nivel socio-político, Black Flag optaron por componer temas lentos y escribir letras mucho más crudas y personales, canalizando toda la rabia y depresión post-adolescente a través de un sonido feroz y salvaje.

El disco se abre con el tema que le da título: “My war”, mi guerra, una guerra del “yo” contra el mundo, un “yo” que ha sido herido, traicionado y humillado y que ahora hace su camino en solitario como el águila Nietzscheana, sin confiar en nadie y rechazando cualquier ayuda. La interpretación vocal de Henry Rollins ya impone sus condiciones desde el primer minuto: rabia, violencia, frustración, una voz desgarradora, gritos inhumanos, un hombre vaciándose, sacándolo todo, consciente de que ha tocado fondo en su vida, rugiendo con una voz que le viene del estómago, una auténtica fuerza de la naturaleza, sólo hay que ver videos de aquella época para darse cuenta. Una interpretación cercana al psico-drama que lo emparenta con lo que por aquellos años también estaban haciendo gente como Michael Gira con los Swans o Nick Cave con The Birthday Party.

La cara A del disco ofrece una serie de temas que todavía recogen el eco de “Damaged”, medios tiempos brutales, de esos que echan chispas, con un grupo perfectamente engrasado y en forma, pero con un sonido más grave, sucio y espeso que en su debut. Pero es en la cara B donde el grupo se suelta y ofrece tres temas de seis minutos (duración impensable para el oyente hardcore medio de aquella época), con un sonido gravísimo, pantanoso, lento y extremadamente tenso, adelantándose en años al doom y al sludge, e influyendo seriamente en grupos como los Melvins, Saint Vitus e incluso Unsane y Nirvana. Es aquí donde el grupo ofrece su versión más radical y extrema, algo curioso porque muchos de sus fans les acusaron de haberse vuelto comerciales, cuando lo que ocurrió fue justo lo contrario. “Nothing left inside”, “Three nights” y “Scream” son un auténtico infierno sonoro de temas lentos y arrastrados, guitarras graves y disonantes cortesía de Greg Ginn, y la desgarradora voz de Rollins. Su particular descenso al infierno nos va sumiendo en profundidades de depresión y colapso nervioso, delimitando un paisaje de alienación y desolación emocional a través de unas torturadas, opresivas y durísimas letras que Rollins vomita con una virulencia pocas veces vista en la historia del rock and roll. Un ejercicio catártico que realmente intimida: es el espectáculo de un hombre abriendo su corazón y sus entrañas, en carne viva, sin efectos especiales y sin esconderse tras ninguna parafernalia estética, caminando hacia un abismo existencial, exponiendo sus miedos, neurosis y frustraciones. Sonido deprimente pero terapéutico y liberador. Mejor quedarse en casa escuchando esto que salir a la calle a pegar tiros y a ajustar cuentas.

“My war”: una auténtica biblia de la misantropía, un disco para esos “días especiales”, una experiencia sonora peligrosa, difícil y agotadora, pero necesaria para purificar nuestra mente y nuestro cuerpo. Entre la lucidez y la locura, caminar por la cuerda floja de estas canciones sigue siendo un ejercicio fascinante.

A continuación hagan el favor de darse el gustazo con esta interpretación absolutamente gloriosa de “Three nights”.

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